Rubén

Cristina Gufé
Cristina Gufé EN VIVO

OPINIÓN

04 jul 2022 . Actualizado a las 08:34 h.

Hace pocos días que lo hemos perdido. Se nos ha ido hacia la dimensión que nos aguarda desde que aparecemos en este mundo. Una persona tan querida por todos los que le conocimos que resulta imposible no haber alcanzado, tras la dura experiencia, aprendizajes que quedarán grabados en el terco lomo de la vanidad que se agazapa en nuestro interior hasta lograr disolverla. No podemos retener a quien le llega la hora de partir. En esos momentos, los familiares y amigos experimentan dolores de parto a la espera de «otro alumbramiento» y sienten la fuerza del fuego cuando quema u otras imágenes inexactas e inverosímiles al no poder lidiar con la impotencia. ¿Por qué un hombre joven, que desea vivir, ha de marcharse? Convertidos todos en raquíticos, la ciencia y la medicina con sus sofisticadas técnicas, no son más que otro tipo de liliputienses tan incapaces como nosotros.

La existencia de Rubén ha sido fructífera. Con el sufrimiento cambiamos de veras —así de duros y roídos somos los humanos—, descubrimos el valor del verdadero afecto. El oro no alimenta al alma que lo que anhela es algo imposible de adquirir.

Hemos sabido que, a pesar de nuestra finitud, el sufrimiento puede volverse infinito. Descartes decía que un ser finito no podría crear la idea de infinito que tenemos en nuestro pensamiento, lo que le permitía sospechar que esa idea podía ser una huella de la existencia de Dios, quien la habría causado. No todos están de acuerdo con la reflexión de Descartes, ni siquiera otros grandes pensadores, pero resulta incuestionable que el dolor a veces es tan grande que no sabemos cómo sofocar sus llamas.

Nada fue fingido en la vida de Rubén porque una de sus principales virtudes era la elegancia que se ponía de manifiesto en sus gestos, el porte, en todo lo que hacía; cuando jugaba al golf o al fútbol, al pasear con su esposa por la calle, en su sonrisa. Vamos a ser mejores. Aprendimos que lo más valioso es la ayuda que podemos brindarnos en los momentos críticos cuando solo queda el recogimiento, como el que se produjo de modo espontáneo entre nosotros y que él nos transmitió desde su religiosidad callada y sigilosa de la que nunca hizo alarde, pero que se presentó como invitado atrevido en la fiesta de la despedida.

Nos deja su legado inmaterial, y su pequeña hija como la heredera que nos obligará a poner en marcha el ciclo eterno de la vida.