Los libros de texto

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

12 jun 2022 . Actualizado a las 11:10 h.

Oigo hablar de la polémica de los libros de texto escolares y me acuerdo de los míos. ¿Dónde estarán, cuarenta, cincuenta años después? Quizás en el desván de la vieja casa, pintarrajeados, con esa letra grande y torpe de la infancia. Un profesor nos decía que los libros eran sagrados y que escribir en ellos era una profanación. Otro profesor nos decía que estaban para usarlos, para subrayarlos y escribir en ellos. Las dos cosas eran verdad, como tantas verdades que son contradictorias. Eso ya era una lección

Es asombroso cómo se han quedado grabados en la memoria, aquellos viejos manuales escolares. Aun hoy, cuando pienso en la sílaba «pa» inmediatamente visualizo el pato que aparecía dibujado en la cartilla Palau con la que aprendí a leer a los tres o cuatro años. Y cuando oigo la palabra «muchacha» veo aquella mujer joven sentada en una silla que representaba la sílaba «mu» y que a mí me recordaba a mi madre. De los libros de los cinco y seis años se me han quedado todas y cada una de las imágenes: la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, el apuñalamiento de Viriato, Ramón y Cajal con su microscopio, el desfile de soldaditos con forma de números para aprender a contar.

La Transición empezó en los libros de texto antes de que lo hiciese oficialmente. Todavía vivía Franco y en nuestro libro de lectura ya figuraba Machado, que había muerto en el exilio, y Alberti, que todavía estaba en él. Luego, en la Transición propiamente dicha, se produjo una explosión de libros magníficos. Estaban teñidos del espíritu de la época, empeñado en superar el rencor y aprender a ser tolerantes con todas las ideas (qué tiempos aquéllos). De los asuntos polémicos, como la conquista de América, nuestros libros daban una visión justa y equilibrada. Oigo decir constantemente que no se estudiaban la República y la Guerra Civil. No sé; yo las estudié en 1.º de BUP, y además con el libro de Tuñón de Lara. El profesor nos recomendaba que leyésemos también el de Jackson o el de Thomas, para tener otros puntos de vista. Nosotros mismos valorábamos los libros: el de Anaya de Filosofía nos parecía excelente hasta Kant y luego se volvía farragoso; el de Geografía Universal de Terán de 3º era una extraordinaria explicación del funcionamiento del mundo, sin sentimentalismos ni sesgos políticos. El de Historia del Mundo Contemporáneo de COU de Vicens-Vives (Antonio Fernández) era simplemente una obra maestra, un relato cronológico completo lleno de observaciones de teoría política expuestas en un tono serio, maduro y algo escéptico, como debe serlo todo verdadero conocimiento. Por curiosidad, he estado mirando en una librería algunos de los textos escolares actuales. Hay de todo: mejores y peores. Pero tengo la impresión de que, en general, quieren tratar a los adolescentes como a niños y a los niños como adultos («agentes de cambio para salvar el planeta»). Creo que es al revés: los adolescentes ansían desesperadamente ser admitidos en la comunidad de los adultos y los niños quieren ser niños.

El caso es que no tengo a mano mis viejos libros escolares, pero no me hace falta, y eso ya lo dice todo: los llevo en la memoria; sí, también con los dibujitos y las anotaciones y tachaduras que les hacía. No puede haber mayor homenaje a los que los escribieron. Incluso me acuerdo de una frase de la primera página de mi libro de párvulos, donde, con letra infantil y una inocencia que ahora me enternece, decía: «A la escuela vamos a aprender a leer, a escribir, a dibujar y a ser buenos».