CEDIDA

22 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Estamos en época de grandes ritos gastronómicos cuya antigüedad se pierde en la memoria: la lamprea y el cocido. La lamprea es muy anterior a nosotros —unos 500 millones de años— y del cocido sabemos que nos acompaña desde la prehistoria, cuando aprendimos a dominar el fuego y hacer recipientes de barro donde cocer los alimentos.

Este sencillo hallazgo, según Faustino Cordón (Cocinar hizo al hombre), supuso el inicio de la civilización, porque fue alrededor del fuego y los alimentos donde nos socializamos. El antropólogo Lévi-Strauss (Lo crudo y lo cocido) sitúa en la cocción de los alimentos un salto conceptual en el ser humano, quien, desconociendo lo cocido, carecía también del concepto de lo crudo.

Según la Enciclopedia de la Gastronomía, el origen del cocido se remonta al siglo X antes del Cristo, cuando el pueblo judío trajo la adafina como plato precursor, junto con los imprescindibles garbanzos introducidos por Aníbal en el siglo II a. C.

En el siglo VI se enriqueció con la carne de cerdo, en el XVI se incorpora el pimentón traído de las Américas y con él los chorizos, en el XIX se introducen las patatas y posteriormente surgen todas las variedades que el regionalismo desarrolló en base a los productos de cercanía.

El cocido es nuestra cultura y un plato transversal que interesa a todas las clases sociales, desde la más humilde (la olla podrida castellana) a la aristocracia más blasonada. Se sabe que en la corte de Felipe II todas sus mujeres lo celebraban. A María de Portugal le gustaba con almondigón; a María Tudor solo con gallina y pies de cerdo; de Isabel de Valois dicen que no comía otra cosa, y que a Ana de Austria se lo servían tres veces por semana.

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