Amigo Casado, la democracia es así

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

24 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hubiese una persona que jamás se equivocase, y el sistema electoral pudiese identificarla y llevarla al poder, la democracia dejaría de existir. Pasaríamos entonces a lo que Aristóteles denominó aristocracia, que, en el fondo, solo sería una dictadura del mejor. Para que exista la democracia es imprescindible que no haya votantes de calidad, que los electores metan en las urnas no solo sus objetivos, sino también sus pasiones, sentimientos, egoísmos y frustraciones, que forman el brebaje humano —no siempre sabroso— que garantiza la alternancia, bastante regular, en el poder.

De ahí se deduce, amigo Casado, que no te pasó nada excepcional, y que tampoco te has equivocado más que los que hoy te critican, te juzgan o te abandonan. Porque todos ellos se equivocaron como tú, al menos, cuando te eligieron. Van a caer como tú, aunque con una dramatización menos vistosa. Y van a sentir la misma soledad y amargura en la que ahora estás sumergido, y en la que yo, que no tengo el placer de conocerte, quiero acompañarte sincera y solidariamente. La democracia es así de humana, y así de brutal, como tú la ves ahora, aunque también te garantiza tu libertad, tu honor y tu posibilidad de volver a intentarlo —yo no te lo aconsejo— como hizo tu colega Sánchez, que estuvo más hundido y amortizado que tú, y que ahora emula a Luis XIV, el rey sol, y a Felipe II, en cuyo imperio no se ponía el sol.

San Agustín fue un poco más allá cuando dijo, explicando los salmos, que el subir y el bajar no son, necesariamente, momentos diferentes —primero subo y luego bajo—, sino un mismo momento en el que, desde que empiezas a subir, ya puedes ser derribado (Ipsum quippe extolli, iam deici est. De civitate Dei, XIV, 13). Porque la política, en esto, se parece al tiro de pichón, en el que, por más que nos esforcemos en volar como las mariposas, casi nadie sobrevive al alcance de la escopeta, y los pocos que sobreviven son devorados por buitres antes de posarse en tierra acogedora.

Esto se puede evitar —lo digo yo, y no el obispo de Hipona— si no entramos en competición antes de tener muchas y provechosas experiencias que nos ayuden a identificar las habilidades del cazador y la potencia de su escopeta. Pero mi experiencia también me dice que las posibilidades de escapar son muy pocas, y que es inútil pedirles a los jóvenes brillantes, como tú, que no se arriesguen a volar libremente antes de los cincuenta años. Porque a más juventud, más riesgos se corren, y a más madurez mejor se elige el momento de volar. Por eso Feijoo no compitió cuando tú lo hiciste, y esperó a levantar el vuelo cuando ya sabe más por viejo que por listo.

En todo caso, vuelve a la vida sin ningún complejo. No admitas lecciones de cualquiera. No apures nuevas jugadas movido por la rabia. Observa que hay vida más allá de la política. Y piensa que el servicio que le prestamos a España no es menor cuando perdemos que cuando ganamos, porque la democracia es una competición que necesita por igual tiradores y pichones.