Los amigos del rey emérito

OPINIÓN

M.MORALEJO

10 ene 2022 . Actualizado a las 09:23 h.

El mayor error de Juan Carlos I fue rodearse de cortesanos que le rieron sus gracias y aventuras, transformándolas en «campechanía». Siempre aplaudieron sus festejos, expresados en yates y regatas, que daban testimonio de «la vocación marinera de la casa real». Siempre respetaron sus lujosas escapadas para esquiar en los Alpes, en buena compañía, porque veían en ellas «su afición al deporte». Y siempre toleraron sus amoríos continuos, con plebeyas o duquesas, con el simple argumento de que «es un Borbón». Todo esto le hizo daño, porque en la vida disipada se cometen graves errores, y porque ninguno de sus cortesanos le llamó la atención sobre una famosa oración, que mucho conviene a los poderosos, en la que se cambia la serena petición del padrenuestro —«de nuestros enemigos líbranos Señor»— por esta súplica más mundana: «Líbrame, Dios, de mis amigos, que de mis enemigos me libro yo».

Todo esto me vino a la memoria en la Pascua Militar, cumpleaños del emérito, al ver cómo un amigo, que lo felicitó con cariño, difundió después, a todos los vientos, la contestación privada del viejo Borbón, que, al hacerse pública, hace mucho más difícil su regreso a España. La frase de Juan Carlos, difundida por su amigo Raúl del Pozo, decía literalmente esto: «Estoy muy bien, y esperando a que a doña Dolores se le ocurra cerrar el caso».

De esta frase deducimos —yo y la práctica totalidad de los españoles—, por propia confesión del rey, que se largó de España hacia un país meticulosamente escogido para poner tierra por medio con la Justicia española, de forma que, si los jueces y fiscales encontrasen la fórmula para juzgarlo, se convertiría en exiliado, y si le reconociesen la inviolabilidad constitucional, por vía directa o indirecta, regresaría a su amadísima patria. También sabemos con qué señal se le indicaría al rey que tiene vía libre para repatriarse, que solo podría ser una «ocurrencia», propia o inducida, de la fiscala general del Estado, que diese carpetazo a tantos episodios bretemosos que, en términos faunísticos, «cantan coma as curuxas». Y también intuimos que a lo que se aspira en esta historia no es a un cierre del caso por falta o endeblez de las pruebas, sino a un pronunciamiento positivo que le eximiese de las acusaciones —«sin fundamento»— que infundieron los republicanos profesionales en una amplia población mal informada, crédula y astutamente confundida.

Mi opinión sobre este caso, bien formulada por la fiscalía suiza y por todos los informes bancarios que vinieron del exterior, es que no tiene más salida efectiva que la de echarle tierra por encima, haciéndonos comulgar con ruedas de molino, para ganar la tranquilidad institucional que realmente nos conviene. Creo que muchos españoles, calibrando formas y efectos, ya asumimos este bochorno colectivo a cambio de no hurgar más en heridas y tajos que no tienen cura. Pero tengo que reconocer, lamentándolo mucho, que los amigos del rey emérito no nos ayudan nada en esta delicada tarea.