Los sucesos y los procesos

OPINIÓN

Eduardo Parra

03 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hablando de política, conviene diferenciar los sucesos de los procesos. Un suceso es, por ejemplo, el volcán de La Palma, de cuya erupción —a pesar del aforismo italiano piove, porco Governonadie es responsable, aunque sí lo será el Gobierno de los planes de recuperación. Los procesos, en cambio, son situaciones de prolongada gestión, cuyas causas y desvíos son observables y modificables desde sus manifestaciones iniciales. De esta forma, si ponemos como ejemplo la inflación —tanto la general (6,7 %), como la subyacente (2,1) %— conocemos en qué momento se inició el proceso, que entre sus causas se encuentran importantes decisiones y negligencias del Gobierno, que era un episodio bastante previsible y evitable, que el Gobierno y la UE calificaron de fenómeno pasajero sus primeras manifestaciones, y que esta evidente frivolidad permitió mantener el slogan de «gastar, gastar y gastar», sin que nadie advirtiera que casi todas las acciones instrumentadas para combatir la pandemia eran de naturaleza inflacionista.

El discurso político populista, que hoy inspira en mayor o menor grado la acción de todos los partidos, tiene una tendencia irrefrenable a confundir los sucesos con los procesos, y así nos hablan de la inflación, o de la dispersión de la población, o de las inundaciones que arrasan periódicamente los pueblos mal situados y mal reconstruidos, o de la carestía de la energía, o de otros desórdenes menores, como si fuesen plagas de Egipto, que, al parecer, bajaban del cielo y eran inevitables.

En este sentido es curioso que el presidente del Gobierno, que tiene cierto derecho —por legitimación consuetudinaria— a hacer balances optimistas de su gestión, no se haya referido el pasado miércoles a la inflación, que, siendo el mayor de los problemas estrictamente gobernables que tenemos en España, aparece tratado como una plaga que exime de responsabilidades al Gobierno que presupuestó la política del 2022 sobre una peana resbaladiza que compromete las políticas sociales, la correcta aplicación de los fondos Next Generation, la viabilidad de las pequeñas y medianas empresas, y el bienestar de las familias que tanto dicen proteger.

En términos generales puede decirse que la inflación va a comerse las alzas salariales y de las pensiones, buena parte de las políticas sociales de emergencia y necesidad, y los resultados claramente fabulados de un plan de recuperación del PIB dañado por la pandemia. Y todo indica que, en el más que probable supuesto de que el BCE tenga que intervenir de forma contundente para controlar la inflación, con métodos y tiempos muy difíciles de ajustar a una economía plurinacional, podría adelantar y agrandar los esfuerzos que se nos van a pedir para hacer frente al déficit y a la deuda que con tanta prodigalidad hemos generado. Y eso viene a significar que el cambio de año empieza con vientos desfavorables, que no se pueden ignorar como si fuesen un suceso, en vez de ser un proceso en el que hemos marrado de forma irresponsable.