El populismo que todo lo invade

OPINIÓN

JUAN CARLOS HIDALGO

11 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Las democracias avanzadas suelen tener muy buenas defensas. Y por eso, aunque son frecuentemente atacadas por virus e infecciones diversas, raras veces acaban desarrollando enfermedades tan graves como el populismo, el militarismo, el obsesivo control de los ciudadanos o las crisis derivadas de la desigualdad, la marginación y la pobreza. De todos los males que acabo de citar, el más funesto es el populismo, porque, además de introducir en el cuerpo su específica morbosidad, produce una acusada deficiencia inmunitaria que abre la puerta a todo tipo de contagios y deterioros.

Para que una democracia sana se contagie del virus del populismo tienen que producirse inmunodepresiones circunstanciales que, causadas por una gestión imprudente o directamente nefasta, o por alguna catástrofe imprevisible, abren el cuerpo electoral a la desafección y a los puros sentimientos, hasta bloquear el raciocinio político y activar, de forma irresistible, el voto emocional y la sed de venganza los responsables —reales o presuntos— de tan terrible desfeita.

El motivo por el que el populismo contagia a todos los actores democráticos con más rapidez y contundencia que la variante ómicron, se explica porque, no habiendo vacunas preventivas ni eficaces terapias contra el populismo —se ve que escribo en medio de la sexta ola del covid— tanto los partidos e instituciones democráticas, como los académicos, comunicadores y politólogos que alimentan la cultura democrática, se sienten obligados a luchar contra el populismo apropiándose de sus programas y votantes, de tal manera que, en vez de combatir directa e incansablemente los argumentos y motivos de las políticas fáciles y extremas, y poner en evidencia su ineficiencia y su carácter autoritario, acaban consolidando a los populistas originales, hasta hacerlos crecer como la espuma.

El pasado jueves, sin ir más lejos, el inefable PP, que quiere restaurar las esencias inmarcesibles de las Españas, y poner coto al caos antisistema que nos gobierna, acaba de anunciar que va a asumir los argumentos y la defensa de la España vaciada, que ahora residen en Teruel Existe (TE), para evitar que las formas e ideas de estos próceres de la fragmentación y el clientelismo le resten un buen puñado de escaños en las elecciones generales. Y eso equivale a apagar el fuego con gasolina. Porque en vez de destacar los graves errores estratégicos y políticos que alimentan el oportunismo electoral que se está organizando, acaban de reconocer su eficacia y su habilidad, lo que obligará a los electores a que, en vez de votar directamente la construcción de una grande y poderosa alternativa, entorno al PP, lleguemos a la conclusión de que el original (TE) es mejor que la copia, y que, si vamos a chantajear con media docena de diputados a quien gobierne, es mejor hacerlo desde Zamora, Cuenca, Palencia o Trujillo, que concentrar en Madrid —¡vaya por Dios!— a los cides campeadores que ya preparan sus cotas de malla, sus cascos emplumados, y sus babiecas.