Carreteras, ¿para qué?

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

02 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dos en la carretera es una de mis películas favoritas. El argumento de este largometraje sin argumento es la vida misma a través de las vicisitudes de una pareja, primero dos desconocidos, luego novios, después matrimonio y otra vez dos desconocidos... Compañeros de viaje a bordo de un vehículo que unas veces les lleva juntos y otras por separado. El viaje de Joanna y Marcus —Audrey Hepburn y Albert Finney— no es solo metafórico: a lo largo del filme se suben a bordo de diversos automóviles que, como la vida misma, pueden ser austeros o lujosos, alegres o aburridos, placenteros o incómodos, pueden ir sobre ruedas o acabar accidentados. Por ahí pasan el Alfa Romeo Giulia 1600 Sprint, el Austin A55 Cambridge MkII, el Bentley S1, el Citroën 2 CV, el Ford Country Squire, el Mercedes-Benz 230 SL (W113), el MG TD de 1950, la mítica furgoneta Volkswagen Microbus Type 2 T1...

El coche ha sido una de las grandes revoluciones del siglo XX. Como instrumento transformador de la sociedad, impulsor de la clase media, dinamizador de la economía. Y como adelanto tecnológico. Cuando escucho a gente que habla del vehículo de combustión como algo atrasado o del pasado, solo puedo sonreír. El motor de explosión ha sido y es alta —altísima— tecnología; una obra de arte de la ingeniería, complejísima, precisa, con miles de piezas y componentes que trabajan sincronizados. Ha evolucionado hasta alcanzar un nivel de prestaciones, fiabilidad y eficiencia inimaginables hace 120 años. A su lado, el coche eléctrico no es nada.

Ahora han decidido que el automóvil privado está en el escalón más bajo de la «pirámide de prioridades», que hay que desterrarlo de la ciudad y perseguirlo fuera de ella. Gastamos miles de millones al año en hacer y mantener carreteras para que circulen por ellas dos ciclistas charlando amigablemente uno al lado del otro. La automoción representa el 10 % del PIB y el 18 % de las exportaciones de nuestro país, y da trabajo a 583.000 personas. Pero se la quieren cargar. Porque contamina, dicen. El 40 % de las emisiones globales de CO2 las genera la construcción y el uso de los edificios en los que vivimos, trabajamos o estudiamos. ¿Volvemos a la cueva?