Ada Colau afrenta a Don Quijote

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

JOAN MATEU PARRA - EUROPA PRESS

21 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque no consigo recordar a cuento de qué, escribía hace años Vargas Llosa, peruano y español universal, que cuando ya nadie supiese en Francia quien había sido Valéry Giscard d’Estaing, la presencia luminosa de Flaubert seguiría tan viva como cuando en 1857 vio la luz Madame Bovary, inmensidad literaria considerada, sin embargo, por la sociedad bien pensante de la época como una «afrenta a la conducta decente y la moralidad religiosa». Nada ha quedado tampoco de quien fuese que profirió tal necedad.

Sé bien que comparar a Colau con Giscard es como poner un vino de tetrabrik a la altura de un Château Mouton Rothschild. Pero es el caso que hace unos días la corporación de la capital de Cataluña rechazó, con los votos de Barcelona en Comú, ¡el PSC! y ERC una propuesta de Ciudadanos para levantar en la ciudad condal una estatua de Don Quijote y Sancho Panza.

Dentro de medio siglo, la inmensa mayoría de los que hoy tienen la edad de Ada Colau (47 años) serán solo puro polvo y apenas sus familiares más cercanos los tendrán en su memoria. Pero entonces como ahora, y como siempre desde hace cuatro centurias, la presencia de Cervantes y de la más grande de sus obras, Don Quijote de la Mancha, seguirá siendo sencillamente formidable.

De los varios argumentos del frente anticervantino partidario de rechazar la erección (ustedes perdonarán) de una estatua en recuerdo de la pareja tragicómica más ilustre de la literatura universal se repitió durante el pleno en que el acuerdo se adoptó que ya había en la ciudad «numerosas referencias a Cervantes y al Quijote», argumento atendible si Ciudadanos hubiera propuesto abrir una gasolinera o una oficina de farmacia. Pero, claro, como siempre con esta tropa, en manos de la que se ha echado para su irremisible desgracia el PSC, hay que decir —parafraseando a Ortega y Gasset— no es eso, no es eso. El real fondo del asunto es muy distinto: eliminar de Cataluña en general y de Barcelona en particular todo lo que huela a España. Y pocas cosas huelen tanto al país del que forman parte Barcelona en particular y Cataluña en general como Don Quijote de la Mancha. Millones de personas han conocido a Barcelona a lo largo de la historia solo por el hecho de que en el capítulo LXI de la segunda parte de su novela total narra Cervantes «lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona».

Colau, el socialismo catalán y el nacionalismo solo celebran a los suyos (escritorzuelos infimérrimos, patriotas conocidos en su casa a la hora de comer, historiadores de un pasado inexistente) mientras tratan a Cervantes, ¡a Cervantes!, como aquellos muchachos, «más malos que el malo», que llegado Alonso Quijano a Barcelona «alzando el uno la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas [plantas espinosas]. Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra». Quedo con ello Don Quijote, «corrido y afrentado». Como ahora.