La razón del alcalde de Cádiz

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Román Ríos | Efe

20 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

No es frecuente encontrar a un alcalde en medio de un grupo de huelguistas. Si me apuran, diré que es rigurosamente insólito. Por eso merece algún comentario el alcalde de Cádiz, José María González, conocido como Kichi. Este antiguo dirigente de Podemos, militante republicano salvo cuando el rey inaugura algo en su ciudad, se metió en medio de los trabajadores del sector del metal que hacen huelga indefinida en su provincia, les soltó un par de discursos dos días consecutivos y se identificó con la protesta laboral. Se identificó tanto que habla de la huelga en primera persona y se muestra tan respetuoso con los representantes sindicales que a veces parece que actúa como telonero cuando esos representantes acuden a dar una información a las asambleas.

Leo en la prensa que su actitud causa preocupación en el Gobierno y no me extraña. Es que resulta muy difícil distinguir dónde empieza la arenga y dónde las palabras de solidaridad. Es más: cuando es un alcalde de natural populista y mitinero el que se dirige a las masas, la más inocente expresión solidaria suena como una arenga. Si, además, sonríe cuando alguien a su lado habla de resistencia, parece que está incitando a aguantar la presión el tiempo que haga falta. Y si, encima, acusa de violencia a los antidisturbios o al Gobierno por no dar soluciones a la crisis, suena como un agitador violento. Esto último es lo que preocupa o debe preocupar al Ejecutivo.

Lo que preocupa a este cronista son otras dos cosas. Una, el motivo de la protesta, que es reclamar un aumento de sueldo como la subida del coste de la vida. Si esa reclamación se extiende por toda España, debemos disponernos a ver un invierno caliente en reivindicación laboral. Es razonable pensar que pocas empresas estarán dispuestas a una subida que se acerque al 5 por ciento, que se debe sumar a la del salario mínimo y a la nueva cotización a la Seguridad Social. Si los sindicatos promueven o secundan esa reclamación, nos espera un tiempo de huelgas de duración y dureza imprevisibles.

La segunda preocupación viene de unas palabras del alcalde Kichi: «Hemos tenido que meterle fuego para que en Madrid se fijen en nosotros». Suena, efectivamente, como una incitación a la barricada, y cuando la barricada resulte insuficiente sabe Dios qué bienes se podrán quemar. Lo malo de estas palabras es que tienen razón. Hay tantas protestas, huelgas y manifestaciones que la mayor parte ya no son noticia, y, si lo son, se olvidan al día siguiente. Para que tengan eco, simplemente para que salgan en televisión, se necesita el espectáculo y el espectáculo es la gran humareda, los grandes perjuicios o los grandes choques con los guardias. De lo contrario, la huelga no sale de su escenario. Lo saben los chalecos amarillos en Francia y desde hace años lo sabemos aquí. Y ese es el gran problema para la paz laboral.