Podemos y «la gente». ¿Y quién es «la gente»?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Oscar Vázquez

07 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La teatral entrada de Podemos en nuestro sistema de partidos —similar, en algunos aspectos, a la de un elefante en cacharrería— introdujo en la vida política española cambios relevantes, de entre los que no fue el menor la paulatina penetración de una nueva terminología (la política, no se olvide, se hace sobre todo con palabras) destinada a deslegitimar de forma radical a los principales adversarios (PP y PSOE) de quienes se estrenaban en la lucha electoral. 

Iglesias, convencido de que «el régimen del 78» estaba carcomido, se propuso derribarlo para construir una España a la venezolana, donde él oficiaría, claro, de Maduro, y se montó a lomos de dos términos (la casta y la gente) que deberían obrar, como así fue, el milagro de la multiplicación de los diputados y los votos.

La casta, por supuesto, dio un gran juego, hartos como estaban muchos españoles de los escándalos de corrupción y la endogamia partidista. Pero, tal como llegó, la casta desapareció cuando Iglesias y los suyos vinieron a encarnarla y a practicar felices los vicios que previamente habían denunciado: los principales dirigentes de Podemos aparecieron implicados en ilegales asuntos laborales o fiscales y el podemismo convirtió la endogamia en puro nepotismo y amiguismo, que culminó cuando Iglesias hizo ministra a su mujer.

Mucho más recorrido acabaría teniendo la cosa de la gente, que no designaba, como cabría imaginar en buena democracia, a los españoles, en su igual y común condición de ciudadanos y electores, sino solo a la parte que apoyaba a Podemos o a sus aliados nacionalistas. De ese modo, Podemos dividía el país en dos mitades, una buena y otra mala: la primera, la que votaba a los genuinos representantes del pueblo de verdad, el pueblo sano formado por los trabajadores (como si aquí no trabajase todo el mundo, salvo los que no pueden hacerlo, por desgracia), los limpios de corazón de buenos sentimientos; la segunda, la que votaba a los malvados, es decir, la oligarquía, los egoístas que solo piensan en sí mismos y sus bienes y, en una palabra, el demonio: el Ibex 35.

Tan burdo maniqueísmo, que no solo es totalmente falso, como prueban una y otra vez las elecciones, en las que la posición de clase no determina mecánicamente los votos del cuerpo electoral (ahí están las recientes elecciones de Madrid o las gallegas desde hace muchos años), tiene un efecto nefasto sobre la vida nacional, al impugnar Podemos y lo que sea que lo sustituya bajo el liderazgo de Yolanda Díaz no las políticas de sus adversarios —que es en lo que consiste la democracia—, sino el valor de sus votos, que estaría en función de quienes son sus supuestos votantes (insisto: supuestos) y no de su número.

Para hablar claro: los dos partidos sistémicos obtienen desde el 2014 muchísimo más apoyo electoral. En las últimas elecciones gallegas, Galicia en Común Podemos, logró un 3,9 %, frente al 47 % del PP y el 19,4 % del PSdeG. Y todos esos electores también son gente, tan respetable como la que votaba a Pablo Iglesias.