La gratitud nunca será suficiente

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

01 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Fueron diecinueve meses fieros. Unos más que otros. Hubo tantas lágrimas, apenas sonrisas. Los noticiarios repetían cifras y gráficos, en rojo o verde, que subían y bajaban conforme a la agresividad del virus. Escuchábamos «resistiré» y más tarde no quisimos escuchar nada. Artistas de todo género hacían sus pinitos en las redes sociales intentando que la alegría, como los días, no claudicase. Desde Madrid, el señor que gobierna España, nos ofrecía mítines y sus palabras de aliento a algunos les parecían dardos. Nadie, ni los más fieles, han podido congratularse con su gestión. El ministro parecía un náufrago vadeando la crisis. Al portavoz de las emergencias le costaba acertar un pronóstico y sus quinielas, una tras otra, no eran pleno al quince. A las ocho salíamos a aplaudir desde los balcones. Conviene no olvidarlo.

En el tránsito de los diecinueve meses fieros, también tuvimos que aguantar al coro de los antivacunas: un orfeón insoportable, tanto que uno tiene que salir del teatro para no escuchar sus derrengados desafinos. Y aguantar la crisis, porque el dinero no le llegaba igual a todo el mundo. A algunos incluso les fue mejor, pero muchos se acogieron a ERTE (propiciados por la reforma laboral que ahora quieren derogar) y otros tiraron hacia adelante como pudieron. Los profesores, de los que pocos se acuerdan, dieron una lección de adaptabilidad y profesionalidad encomiables. Caímos, nos levantamos. La vida continuó. Y aquí estamos, ya con noviembre encima de la piel, con todos los santos y sus flores y sus recuerdos. Ahora le llaman Samaín porque todo lo que suene a santo en esta España debe ser desairado o, cuando menos, observado de reojo. Con desprecio, incluso. Dices que eres católico y te miran con la superioridad moral propia de los soberbios. Hieren, pero no les importa. Porque son dueños de la verdad absoluta y, también, de la posverdad. Dejémoslo. Porque hoy solo quería escribir de gratitud. La que debemos a todos los que estuvieron dejándose la piel en el intento de salvarnos a todos. Cuánta generosidad. Cuánto esfuerzo. A veces se sentían Sísifo, pero no dejaban de subir la piedra a la montaña. A las ochos salíamos a aplaudir a los balcones. Conviene no olvidarlo.

Este artículo es, especialmente, para ellos. Desde los que gestionaban desde sus despachos la crisis hasta el último de los trabajadores. Galicia, la Galicia real y no la profunda que alguna imaginó, mostró su mejor cara: el servicio público. Desde el primero al último de los sanitarios merecen esta gratitud que siempre será insuficiente. El reconocimiento sin fisuras. La sanidad gallega (el sistema sanitario que, cuando no gobierna, critica el «progresismo») merece nuestra constante gratitud. Aunque sepamos que nunca será suficiente.