La segunda vuelta de Otegi ha sido bastante peor que la primera. Me refiero al salto cualitativo que dio en 24 horas: pasó del pésame a las víctimas del terrorismo a simular una negociación con el Gobierno para cambiar presos de ETA por apoyo parlamentario a los Presupuestos. Dicho en lenguaje de feria: vende cinco escaños por doscientos presos. Incluso cuantitativamente la desproporción es notable. Moralmente, inaceptable para un estado de derecho.
Ocurre que Arnaldo Otegi comprobó lo fácil que es abrirse un hueco en el discurso político español y se vino arriba: se puso a hablar de tú a tú con el Gobierno y el Estado. Incluso se sinceró y dijo que los presos de ETA eran suyos, «tenemos doscientos presos», lo cual significa: primero, que si los reclusos son de ETA, su partido también lo es; segundo, que habla en nombre de esos presos, y tercero, que existe una perfecta relación entre el brazo político actual y el que fue brazo armado hasta la disolución de la banda. Por tanto, se equivocaron quienes interpretaron que Sortu, Bildu u Otegi «rompen con ETA». Aquí no ha roto nadie y, como dijimos en su momento, solo se dio un paso casi de relaciones públicas que no supone para nada ni un repudio ni una condena de los crímenes de la banda.
Ese es el primer punto de reflexión. El segundo es que Otegi pone en una situación delicada al presidente del Gobierno. Este cronista cree al señor Sánchez cuando da un «no rotundo» a la pregunta de Pablo Casado sobre la negociación de presos por Presupuestos. No puede aceptar esa vileza por el pequeño trofeo de presumir de votos sobrados a favor de una ley, por importante que sea. Pero imagínense lo que posiblemente ocurrirá: que Bildu vote las cuentas del Estado. ¿Cuántos ciudadanos pensarán que sí hubo esa humillante transacción? ¿Cuántas veces repetirá Abascal que son «las cuentas de ETA»? ¿Y cuántos medios informativos insinuarán que hubo ese acuerdo secreto? Les puedo asegurar que más de uno.
Por supuesto, de Otegi no hay más que decir. Su reclamo de actualidad termina aquí. Cuando esté dispuesto a condenar a la banda terrorista de «sus» doscientos presos, que vuelva a llamar a la puerta. Pero el señor presidente del Gobierno tendría que hacer una reflexión muy íntima y sincera: ¿por qué puede haber gente que desconfía de él aunque diga un no rotundo? ¿Por qué se acepta como posible que pudo haber esa negociación? ¿De dónde nace esa desconfianza? Todos lo sabemos: de aquellas frases que hablaban del insomnio que le producía Podemos; de aquel pacto con Bildu para la reforma laboral a cambio de su voto en el estado de alarma, y de una fama ganada a pulso de que está dispuesto a lo que sea por seguir en el poder. Todo eso es un problema para gobernar un país como España. Yo le digo, presidente, que es lo primero que tiene que corregir. Por su bien y por el bien del país.