Tres presidentes

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

21 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Tres presidentes, Fernando González Laxe, Emilio Pérez Touriño y Alberto Núñez Feijoo, dos ex y otro en ejercicio, han reflexionado en público sobre cuarenta años de autonomía. La cita transpira simbolismo por todos los poros. Por quien firmaba la convocatoria: la Escuela Galega de Administración Pública. ¿Recuerdas, querido Pablo, tu empeño en dar cuerda a esa institución pionera, derribando la resistencia de un joven conselleiro de Economía a facilitarte los recursos necesarios? Por el lugar elegido, el Hostal de los Reyes Católicos, donde las fuerzas políticas gallegas se conjuraron un día para rechazar el aldraxe y forjar un Estatuto de primera división. Digámoslo ya, ahora que la palabra política cayó bajo sospecha: aquellos políticos de 1979 -entre ellos, Touriño, en representación del PCE- fueron por delante de su pueblo, anticiparon la demanda de autogobierno, porque el Estatuto nació huérfano de calor popular. Pero el reencuentro de los tres presidentes simboliza, sobre todo, un éxito compartido: Galicia ha prosperado más en estos cuarenta años que en cualquier otro período equivalente de su historia. Que el cumpleaños haya caído en tiempos menesterosos, con toda una generación de gallegos zarandeada por dos crisis casi consecutivas, empaña el balance, pero no modifica sustancialmente su signo positivo.

Si Galicia es un edificio en construcción, que el director de obra y sus antecesores en el cargo se reúnan tiene valor en sí mismo. Y habla positivamente de los protagonistas. Ni Laxe ni Touriño están ya en activo, pero tampoco son los jubilados quisquillosos y tocapelotas que se limitan a contemplar la obra: se suman a ella y aportan sus ideas y su experiencia. Feijoo está al mando, pero no solo acudió a la cita del Hostal sino que, en más de una ocasión, ha solicitado la opinión experta de sus antecesores. Si lo hace por mera conveniencia o por la foto, habrá que reconocerle inteligencia; si además lo hace para aprovechar el caudal de conocimiento acumulado, habrá que aplaudirle por partida doble.

Al final, el reencuentro transmite dos mensajes positivos de Galicia. Primero, el balance. La autonomía, representada por la tríada de presidentes (más dos que ya no están), fue satisfactoria para los gallegos. Los matices pasan a segundo plano: a los tres les gustaría presumir de logros -aquella cúpula perfecta- y olvidar los errores -aquel tabique torcido-, pero todos elogian la buena pinta general de la obra. Segundo, la sintonía. En la crispada política española, los tres presidentes reivindican el consenso en asuntos de país. Y predican con el ejemplo. Comparten el mismo criterio sobre la financiación necesaria para seguir construyendo. Y coinciden también sobre la principal eiva que amenaza los cimientos: el declive demográfico, lo que significa que estamos levantando la casa en terreno pantanoso.

Si eso responde al «galeguismo integrador» que Feijoo extiende a todos los gobiernos, mel nas filloas. Al cronista, después de la laudatio, solo le queda retornar al tajo: seguir críticamente la marcha de la obra.