Cuentas y libro de reclamaciones

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

24 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El ritual de los Presupuestos del Estado es conocido: cada año el presidente del Gobierno, o su ministro o ministra de Hacienda, anuncian que las cuentas públicas están listas para su aprobación. Paralelamente, con números en la mano, se empiezan a negociar con los grupos de oposición. Con vistas a esos contactos, el ministro de Hacienda deja una cantidad no contabilizada para tener margen para comprar el voto futuro de los nacionalistas. Es costumbre que casi se hizo ley que tanto catalanes como vascos -ahora mucho más los vascos que los catalanes- midan el precio de su voto en dinero o concesiones políticas. Algunos sostenemos que se construyó más estado de las autonomías en las negociaciones de los presupuestos que en leyes orgánicas y en la Constitución.

Lo fantástico de estos pactos para las cuentas públicas es que el PNV, después de 42 años de regateos y concesiones, siempre tiene algo que reclamar por antojo o por incumplimiento del Estatuto de Autonomía. Y más fantástico todavía es que indefectiblemente lo consigue. Los catalanes han sido más torpes por pedir la luna de la independencia. Ahora el socio del Gobierno con derecho a roce, Gabriel Rufián, parece haber aprendido la lección, y manda a Sánchez y a su ministra María Jesús Montero el clarísimo mensaje de que «los Presupuestos hay que sudarlos» y que Sánchez entienda lo que quiera. Yo creía que ya se habían sudado, y mucho, con los indultos a los presos del procés.

Lo singular de esta edición de las cuentas es que el Ejecutivo tiene que negociar consigo mismo: la parte técnica de Hacienda y la parte política de los demás ministerios, y, dentro de la parte política, los cinco ministros de Unidas Podemos, encabezados, cómo no, por Yolanda Díaz y Ione Belarra. Ambas no solo quieren mucho gasto social, que está en su ADN. Quieren que se suban los impuestos, porque entienden que es la forma más directa y clásica de redistribuir la riqueza. Y exigen que se suba el de Sociedades, quizá porque piensan que los dueños de esas compañías no suelen ser muy partidarios de Díaz ni de Belarra.

Esa es la servidumbre de los gobiernos de coalición: no solo tienen que seducir a las minorías para obtener su respaldo, sino que tienen que fascinar a sus compañeros de pupitre. Hay gente que se pregunta cómo se puede gobernar así y está muy claro: si quieres seguir en el poder, acuéstate con quien haga falta. Lo que yo planteo, en cambio, es cómo los partidos que gobiernan consiguen ser fieles a sus propios electores y al programa que ganó si cada año tienen que cambiarlo por alguna imposición. Más suavemente: por alguna concesión. Pero tranquilos, no pasa nada: los ciudadanos no tenemos derecho a pedir el libro de reclamaciones. Y a la hora de votar, no se crean: tampoco hay nada mucho mejor que el que ya hemos votado.