La magia de un volcán

Fernando Ónega
fernando ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Involcán

23 sep 2021 . Actualizado a las 09:09 h.

Como alguien dijo, la erupción del volcán de la isla de La Palma es el único acontecimiento grave que no tiene debate político. Se debe exclusivamente a la fuerza de la naturaleza, igual que todos los volcanes que construyeron las islas Canarias, igual que el Etna, que también despertó, e igual que todos los volcanes que hubo y hay en el mundo desde su creación. Pablo Casado no tiene ninguna pregunta sensata para Pedro Sánchez en las sesiones de control. Pedro Sánchez, a su vez, no puede argumentar que todo se debe a la herencia de Aznar y de Rajoy. Y los analistas políticos andan como perdidos, sin nada ideológico que aportar. Así que no es extraño que a la ministra Reyes Maroto le haya tocado pagar la ronda política por haber preferido ensalzar lo suyo, que es el turismo, por encima de las angustias de los ciudadanos palmeros.

Este cronista, que a veces también habla de política, revisó sus notas de la vida nacional, con los nuevos frentes autonómicos, el persistente frenazo a la renovación institucional y las perspectivas económicas oficiales, y llegó a una conclusión: nada de eso vale nada al lado de un hombre que llora porque ha visto que donde estaba su casa hay ahora una sombra negra de lava.

Tampoco vale de nada ante esa mujer a la que dieron una hora para recoger lo que pudiera salvar, porque su domicilio va a desaparecer ante sus ojos. La hemos visto en la tele, subida a un camión que llevaba unos colchones usados, una lavadora y los pequeños muebles que en una hora pudo rescatar.

Y, desde luego, nada vale nada ante toda esa gente que se acercó a su casa con la certeza que Susanna Griso expresó delante de la montaña de lava: «Este edificio va a desaparecer en menos de una hora». Sonaba como la ejecución de una pena de muerte. Esa pobre gente da una palmada o abraza la pared de su domicilio como alguien que está al lado de su padre que agoniza y aprieta su mano como el adiós definitivo. Sabe que la boca ardiente, ciega, cruel y despiadada del monstruo va a enterrar todo lo que es suyo. Y lo hace mansamente, a cámara lenta, como para agrandar la angustia de la espera.

A veces trato de comparar lo que sucede en La Palma con los incendios de la Ribeira Sacra y la provincia de Málaga: cerca de 12.000 hectáreas devoradas. En La Palma no llegarán a 300. Pero las emociones no se pueden medir por metros cuadrados. Se miden por las personas que lo perdieron todo. Se miden por esas gentes que vieron cómo se desvanecían sus hogares bajo el peso y el fuego de eso que llaman colada. Se miden por las lágrimas que producen y las lágrimas que contagian. Se miden por la impotencia que provocan. Se miden por su capacidad de convocatoria a los medios informativos, al jefe del Gobierno y a los reyes de España. Y se miden por la magia. Un incendio puede destruir más, pero nunca tendrá la magia de un volcán.