De la revolución al colocón

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

EDUARDO PEREZ

22 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Leo en la prensa catalana este titular: «Alarma policial por la deriva violenta de los botellones». Este cronista, que no es policía, no llega a estar alarmado, pero sí intrigado, y no solo por la violencia, sino por el retorno masivo de esta forma de ocio que no es tan juvenil como parece. Hay, ciertamente, una mayoría de jóvenes, pero también adultos y lo que es peor, creciente presencia de adolescentes menores de edad. Y lo que más impresionó al cronista, como a todo el mundo, fue el macrobotellón de la noche del pasado viernes en la Ciudad Universitaria de Madrid. Se habló de 25.000 asistentes, se supone que todos estudiantes. La policía no lo disolvió, porque una concentración de 25.000 personas no hay policía que la disuelva, salvo que se pretenda una violenta batalla campal con porras, botellas y adoquines como arma de ataque.

El escenario de ese macrobotellón ha sido el terreno que hay entre las facultades de Derecho y Filosofía, con la de Ciencias Políticas al fondo. Conozco muy bien ese lugar. Hace cincuenta y más años, la Facultad de Políticas estaba casi siempre cerrada por los desórdenes que allí se producían. Estábamos en la fase final del franquismo, pero en el franquismo. Cuando se abría, teníamos que entrar literalmente con el carné en la boca. Y cuando se convocaban manifestaciones, era donde ahora se hacen los grandes botellones y una vez año se celebra la fiesta de San Canuto, santo de gran veneración. Un alumno que se estrena este año en la universidad me contaba este domingo cómo «huele a porro» en la Facultad de Filosofía.

¿Cuál es la razón de mi inquietud? Que hace cincuenta y más años, en aquella universidad los universitarios se concentraban para pedir libertad y democracia. La rebeldía juvenil pretendía cambiar el mundo, empezando por el régimen franquista. Querían, como buenos jóvenes en tiempos donde se leía a Marcuse y estaba de moda ser comunista, hacer la revolución. A lo mejor no sabían qué revolución, pero la querían hacer. De aquel lugar surgían repletas las lecheras de los grises -así se llamaba a la policía- para surtir los calabozos de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol.

Ahora, según me cuenta el mismo alumno novato, hay carteles de «capitalismo no» y otras reclamaciones casi infantiles, pero no hay noticias de grandes altercados ni de grandes manifestaciones de intención política. La impresión externa puede ser contradictoria: no pasa nada noticiable porque la libertad entonces reclamada está conseguida o porque la población estudiantil está despolitizada. Pero en Filosofía no huele a libros, sino a porro, y la mayor concentración que se recuerda fue para celebrar un histórico botellón. Entre la nostalgia y la inquietud me sale un diagnóstico corrosivo que me cuesta mucho escribir: los universitarios ya no buscan la revolución; buscan el colocón.