Sobre el volcán

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 sep 2021 . Actualizado a las 09:14 h.

Todas las crónicas y testigos directos definen la erupción del volcán de La Palma con una palabra: espectáculo. A la que añaden seguidamente las hipérboles que lo magnifican: grandioso, increíble, estremecedor, terrorífico. Que las entrañas de la tierra vomiten fuego y toneladas de ceniza incandescente, en medio de rugidos estruendosos, produce pánico. Y plenamente justificado, porque otras explosiones de ira del dios Vulcano derivaron en catástrofe. Desde Pompeya, aplastada por la ceniza y la lava, hasta la erupción del Krakatoa, que suprimió la isla indonesia y la vida de 36.000 isleños. Pero los canarios no necesitan viajar tan lejos, en el espacio y el tiempo, para dar pábulo a la amenaza, porque viven sobre el volcán. Los palmeños más viejos aún recuerdan la tragedia de 1949, cuando la lava del San Juan arrasó cultivos y viviendas y los expulsó hacia Venezuela.

Espectáculo aterrador, pero también fascinante. Maravilloso, dijo la ministra Reyes Maroto, que lo considera «un reclamo que podemos aprovechar para la atracción de turistas a esta isla». Palabras que inmediatamente suscitaron el reproche, entre otros, de un portavoz del PP: «Ministra, qué inoportuna eres. Hay gente perdiendo sus casas». Y entonces pensé, quizá también de forma inoportuna, en un país, Islandia, que supo convertir sus volcanes y sus géiseres, sus termas, sus campos de lava y sus gigantescos glaciares, en atractivo turístico.

Pero no solo eso. Al contemplar el estremecedor espectáculo no pude reprimir un segundo pensamiento igualmente pecaminoso: qué colosal despliegue de energía desaprovechada. Qué inmenso, limpio e inagotable manantial de energía fluye del seno de la tierra. El volcán parece un reclamo, no solo turístico, sino de futuro: si quieres salvar el planeta y de paso abaratar la factura de la luz, úsame. Si apuestas por la transición ecológica, utiliza energías renovables y, en especial, la mía: la energía geotérmica. No se trata de una entelequia ni de una utopía: en la tierra del fuego y del hielo es una realidad.

Islandia es el país del mundo con mayor consumo de energía por habitante. El islandés medio consume diez veces más electricidad que un español. Y paga un recibo irrisorio. En un país de salarios y precios elevados, lo más barato, señala el escritor Jordi Pujolá, es la calefacción: nadie baja el termostato y si alguien tiene calor, abre las ventanas. Islandia es un oasis para las industrias que devoran energía, como las del aluminio. Alcoa anunció en el 2018 el cierre de sus plantas de Avilés y A Coruña, y en el 2020 el de San Cibrao. Parecía una decisión repentina, pero, doce años antes del primer anuncio, un periódico asturiano ya había anticipado en titulares el motivo: «Alcoa se va a Islandia por la bauxita y la energía». A mediados del siglo pasado, el 85 % de la electricidad que producía Islandia procedía de combustibles fósiles. Hoy, toda ella es de origen hidráulico o geotérmico. Un modelo mixto galaico-canario -mil ríos y decenas de volcanes activos- se basta y se sobra, sin necesidad de acudir al petróleo, el carbón o el gas.