05 sep 2021 . Actualizado a las 19:39 h.

Es un recuerdo redondo y gris marengo, el tono perfecto entre los puntos de luz y la espesura de la sombra en ese gelatinobromuro de mirada oculta y fuerza colosal. La primera vez, surgió un impulso irrefrenable de pasar el dedo sobre las aristas ocultas en esa redondez dura y áspera, una calva que pronto empezó a aparecer de vez en cuando, como una hebra dorada y tosca, en la urdimbre infinita que es esa red social. Una O enorme y lacerante que aunque lanzase un susurro cansado impactaba como un grito furioso y rebelde contra una injusticia que ya era muy difícil arreglar.

Ahora, desde el silencio hueco todavía llegan ecos de aquella cordura tejida en las entretelas de un perfil que aunque narró una muerte, se revelaba a sí mismo todos los días con una solución de vitalidad. Una persona quebrada en blanco y negro. La dolorosa grieta de la que surgían millones de pétalos instantáneos de una tragedia que por fin pierde el traje de batalla y los eufemismos para enseñarse, desnuda, como lo que es: cáncer. Solo una enfermedad.

Y quizá, rebuscando en sus reflexiones crudas y directas, como la fotografía que solía practicar, aparezca algún trocito de todas esas cosas que todavía le quedaban por hacer, de fotografías de un mañana implacable que, como siempre, a pesar de todo y todos, llegará. Otra foto para ese álbum en el que duele tanto pegar un retrato más. Así que adiós y buen viaje, Olatz.