Sobre la razón y sus diversos usos

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

02 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado lunes escribí sobre el súbito andazo de patriotismo que floreció en la izquierda española tras el desastre euroamericano de Afganistán. Lo que criticaba era la reducción de una operación militar de gran envergadura, que atenazó a la OTAN durante 20 años, a una semana de evacuación forzosa y caótica, que, en vez de presentarse como un fracaso total de los equilibrios internacionales, se describe como una heroica retirada. Tengo que decir, sin embargo, que, lejos de aplicarme a la crítica despiadada, me limitaba a decir que el «orgullo de país» es algo más serio que una operación de márketing, y que para estar orgullosos de España sobran razones y emociones que convierten en ridícula la fofa épica de la espantada.

En aquel artículo, para tratar temas complejos en pocas palabras, usé esta evidente hipérbole: «Yo ya estoy orgulloso de mi país desde que tengo uso de razón». Pero se ve que la hipérbole no tiene sitio en la posmodernidad. Y por eso me sorprendió que la nutrida nómina de progresistas que a diario discrepan de mí -que no de mis argumentos- convirtiese la expresión «uso de razón» en la diana de sus diatribas, y que, haciendo pie en la literalidad del catecismo, me imputasen que, a los 7 años, mi orgullo de España solo podía nacer del adoctrinamiento nacionalcatólico, en blanco y negro, practicado por el franquismo. Por eso quiero aclararles, para que no me compadezcan, que ese concepto de «uso de razón» es catolicón y simplista, y solo señala -con el rito de la primera comunión- el final de la socialización religiosa familiar, y cierta capacidad de distinguir -daquela maneira- el bien del mal.

Pero yo nunca mezclo política y religión. Y jamás confundo el uso de razón del catecismo con la madurez cívica y humana que se insinúa con la edad penal, las muelas del juicio -que a mí me salieron en las mazmorras del TOP- y la rebeldía cósmica, cuando ya nos dejan hacer cosas tan normales como casarse, trabajar, votar y mandar. Ese es el uso de razón en que se basa mi orgullo patrio, porque sé, por experiencia, que el del catecismo no es operativo.

Entiendo que los progres, traumatizados aún por la catequesis, no se hayan enterado de que el uso de razón de los 7 años solo es una metáfora. Y comprendo, sobre todo, que, acostumbrados a regirse por el dogma y la disciplina marxistas, cuyo pontífice -en proceso de blanqueo- es el seminarista Stalin, hayan picado, como irredentos pardillos, en la razón catequética. Pero no se preocupen, que la puerilidad se cura con los años, o cuando se aprende de Hegel -otro seminarista- a definir esa Historia en la que yo basé mi orgullo de España, como lo hizo él en 1816, en la primera de sus Lecciones sobre la Historia de la Filosofía: «La Historia no es un relatorio de hechos, sino los efectos y consecuencias de los hechos pasados que definen nuestro presente». Claro que esa manera de ver las cosas no llegó al ortodoxo catecismo de Stalin, que nunca supo distinguir -¡vaya por Dios!- la ideología del dogma.