Sufridores inocentes

Francisco Martelo CIRUJANO PLÁSTICO Y SECRETARIO GENERAL DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA DE MEDICINA

OPINIÓN

Rober Solsona

04 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Dieciséis años vividos. Los últimos cursos marcados por el esfuerzo académico para conseguir las notas necesarias que permiten acceder a lo que te aconsejan estudiar. Por fin, vacaciones veraniegas, en una ciudad muy agradable, realizando cada mañana una actividad deportiva que les encandila. Es, además, la ciudad de sus ascendientes, que ellos ya ven como suya por los estíos acumulados.

Por la tarde toca reunirse con nuevas amistades de su edad. Con ellas pueden hablar del turbulento mundo actual, de las cosas que les atañen y de las que les gustaría que les incumbiesen. Corsé facial, distancia social, incapacidad para refugiarte de la lluvia y hasta del frio en este verano tan otoñal y desesperadamente tan refrigerado. Además, el virus no permite el refugio en los espacios cerrados, porque puedes contaminarte y transmitírselo a los mayores. Se convierten en potencialmente insolidarios. Es cansino anteponer, permanentemente, los intereses colectivos a los individuales. Con todo, ver y ser visto, hablar mucho y escuchar un poco, alivia.

Avisan que, esta semana, se suspende la actividad deportiva porque un monitor del campamento ha dado positivo. ¡Santo cielo! Posiblemente, se contagia el más expuesto, no el más libertino. Llega el caos, se acabó la agenda veraniega. Los mayores te protegen, los mayores no te dejan respirar. Ser paternalista es procurar no arriesgar nada y ahora toca no arriesgar nada. Es una situación excepcional. Parece que se acerca el final de la pandemia, pero mis muy queridos descendientes en línea segunda están afligidos y tristes. Es una lástima, dicen, que la nueva ola del virus acabe con nuestras vacaciones, pero sobre todo es injusto. No les quedaría más remedio que hacerse levantiscos, pero la educación estricta se lo impide. Estoy seguro de que es bueno, que te lleven la contraria de pequeño, paro no tener que llorar de madurito. Pero esta pandemia dura y dura y no hay más que sobresaltos. Y tienen razón ellos: Sobresaltos injustos. Menos mal que, en sus ya estructuradas cabezas, el disgusto pasa pronto y el verano continuará con otra luz y la misma esperanza. Nos han dado una lección a todos. Sea como fuere, apremia que los jóvenes sean inmunizados.