El síndrome de Stendhal

cristina gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN Y ESCRITORA

OPINIÓN

María Vidal

02 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el año 1979, la psiquiatra florentina Graciella Magherini denominó como síndrome de Stendhal a una alteración psicosomática caracterizada por mareos, taquicardias, sensación de ahogo, ganas de llorar, vértigo, es decir, una turbación generalizada; lo interesante del caso es que la causa del malestar sea producida por una captación excesiva de belleza. Stendhal fue quien describió este fenómeno en 1817 cuando visitó la basílica de la Santa Croce; no está claro si fue una experiencia real o imaginaria atribuida a uno de sus personajes literarios, lo cierto es que esto le sirvió a la doctora Magherini para denominar el trastorno que experimentaban algunas personas en su visita a Florencia. 

Puede resultar sorprendente que esto ocurra, pero si lo pensamos con detenimiento nos daremos cuenta de que no es extraño teniendo en cuenta que el ser humano no tolera los excesos. En ocasiones, la experiencia estética puede ser tan intensa que no se soporta; nos deja mudos. Todo lo que nos arrebata las palabras lo resistimos mal; estos síntomas podrían ser una forma de lenguaje ante lo inefable. Sucede con el enamoramiento, ante la belleza natural, quizá con la experiencia mística, entre otras. Algunos escépticos creen que no es más que una reacción de los turistas que, abrumados por las aglomeraciones y el calor, experimentan tales reacciones. Pero podemos ir más allá y pensar que, ante la objetividad de lo sublime y la belleza concentrada, el ser humano capta esa perfección y nuestras limitaciones expresivas nos desbordan; algo objetivo anega la subjetividad, y ante tal sobreabundancia el organismo se defiende produciendo síntomas. Algo que se podría extender a otras experiencias que dan origen a enfermedades.

El arte es un sistema de comunicación complejo; en ocasiones, el receptor de la obra no tiene modo de responder más que con una emoción tan profunda que le sobrepasa a él mismo, así, sin palabras ni otras formas de interacción. No sería raro que el llamado trastorno aparezca como expresión de la impotencia ante la belleza captada en toda su objetividad y carácter sublime. El síndrome ha podido ser considerado un tópico de moda entre gente haciendo alarde de sensibilidad ante el arte, sin embargo, toda persona que haya tenido una experiencia elevada -sea del tipo que sea- estará de acuerdo en que esto puede suceder cuando lo vivido se sitúa a un nivel superior al del discurso hablado.

Quizá la doctora Magherini, a través de su trabajo en el hospital de Florencia, haya confirmado que no todo lo real se puede ver o tocar, y que sus pacientes psiquiátricos enfermos de belleza son solo un poco más humanos que todos lo demás, que reciben con más intensidad los dardos sutiles, los esfuerzos y la concentración de esencia que ha logrado el artista y que expone sin rubor ante órganos sensoriales que se descubren ahora hostigados sin medida.