Mientras en Galicia discutimos qué institución debe rotular el camino portugués a Santiago a su paso por Vigo, en un alarde de localismo estúpido, el mundo está más preocupado por desentrañar y mapear los senderos cerebrales y así poder hacer un mejor abordaje de las patologías neurológicas -que tanto sufrimiento provocan y que están incrementándose notablemente- y adentrarnos, también, en el proceloso mar de la neuromejora. Pero no solo eso, los retos éticos y de gobernanza de esos asuntos unidos a los que presenta la inteligencia artificial y el big data son de tal calibre, que haríamos bien en ponernos las pilas y empezar a pensar de manera seria sobre los mismos. Porque ni son ciencia ficción ni van a ocurrir dentro de mucho tiempo, al contrario, están a la vuelta de la esquina. Y porque estos temas no reconocen fronteras.
Más allá de normativas legales, corresponde al sector público impulsar la formación de la capacidad crítica de discernimiento digital de la ciudadanía. Como señala la Fundación Pablo VI, el verdadero progreso está en completar la autonomía y las libertades individuales con una actitud cívica y un compromiso con el bien común. Es necesario un diálogo multidisciplinar para diseñar programas formativos de maduración digital en la línea de la responsabilización.