Biden en Europa

José Enrique de Ayala ANALISTA DE LA FUNDACIÓN ALTERNATIVAS

OPINIÓN

María Pedreda

22 jun 2021 . Actualizado a las 10:39 h.

La primera salida al exterior del presidente de EE.UU., Joe Biden, ha sido a la vieja Europa, donde tenía una agenda muy completa. Reunión del G7 en Cornualles los días 11, 12 y 13, en la que se acordó una donación de vacunas al tercer mundo ciertamente decepcionante (mil millones), un impuesto mínimo a las grandes multinacionales más tímido aún (15 %), una lucha contra el cambio climático que continúa siendo imprecisa, y un plan de inversiones masivas en infraestructura para disminuir la influencia china en el mundo, que por el momento solo está en proyecto. El día 15, reunión con los líderes de la UE, centrada sobre todo en asuntos comerciales, cuya estrella fue la paz en el conflicto Airbus-Boeing, que duraba ya 16 años. Finalmente, el día 16, cumbre con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, de la que lo mejor que puede decirse es que se celebró, porque los resultados -vuelta de los embajadores aparte- fueron realmente escasos.

Tal vez la cumbre de la OTAN, el 14, fuera la más importante. Era necesario reconstruir el estropicio causado por Donald Trump, que puso en cuestión la aplicación del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que garantiza la defensa colectiva. La llegada de Biden fue saludada como la revitalización de la Alianza, el retorno a los buenos tiempos. Sin embargo, el tiempo no ha pasado en balde. Durante la etapa Trump los europeos se han dado cuenta de que no siempre pueden contar con la protección del gran amigo americano. Trump puede volver, o alguien de su misma línea, ya que el Partido Republicano ha asumido completamente su doctrina. En todo caso, está claro que Europa ha dejado de ser una prioridad para Washington, cuyo interés se ha desplazado claramente al área Indo-Pacífico. La UE ha asumido que tiene que valerse por sí misma, sin perjuicio de respetar a la Alianza Atlántica, a la que pertenecen 21 de los 27 Estados de la Unión. La revitalización del enfrentamiento con Rusia, muy deseada por ciertos países -bálticos, Polonia- que se sienten amenazados, no responde al interés general de la UE, que necesita intentar suavizar las tensiones mediante el diálogo.

El objetivo principal del viaje de Biden era recabar el apoyo de Europa en su inevitable enfrentamiento con China. Pero el interés de Europa difiere del de EE.UU. en este caso. En la pugna entre los dos colosos, probablemente a la UE le interesa quedarse en medio, y tener así una capacidad de negociación con ambos. La penetración económica y tecnológica china puede preocupar a los gobiernos europeos, pero sus posibilidades de negocio tal vez superan sus temores. En todo caso, China no representa ninguna amenaza militar para Europa y es más que dudoso que la OTAN, que tiene un área de actuación claramente delimitada en el artículo 6 del tratado, pueda ocuparse de este asunto, más allá del mecanismo de consultas contemplado por el artículo 4, que no parece muy efectivo.

La cooperación y mutuo apoyo entre Europa y EE.UU. es deseable y útil para ambos lados del Atlántico, que comparten valores e intereses, y por ello la actitud amigable y colaborativa de Biden es positiva y, sin duda, bien recibida en Europa. Pero esa relación no puede ser en ningún caso de dependencia, como lo fue inevitablemente después de la Segunda Guerra Mundial, ni consistir en un seguidismo acrítico de las decisiones que se tomen en Washington, en ocasiones -como en la retirada de Afganistán- sin consultar siquiera con sus aliados. Eso no es multilateralismo. La UE necesita tener su propia voz en el escenario global, tomar sus propias decisiones para defender mejor los intereses de sus ciudadanos, y para ello necesita alcanzar un grado suficiente de autonomía estratégica, como vienen predicando desde hace tiempo sus líderes. Las voces que niegan la posibilidad de que se alcance esa autonomía responden en realidad al interés de que no se consiga. Solo desde la independencia y la autosuficiencia puede Europa ofrecer a EE.UU. una alianza justa y equilibrada, basada en la lealtad mutua, y beneficiosa para ambas partes.