Disparar con los hijos

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Llamarle loco a ese individuo que arrojó al mar a sus propias hijas es un insulto imperdonable. Un insulto para todos aquellos que sufren algún tipo de enfermedad mental. Y, además, supone servirle en bandeja una justificación barata a una persona que ha planificado con precisión quirúrgica las muertes de dos pequeñas y la consecuente tortura que supone este nudo de la peor de las ausencias para la madre. Los que usan premeditadamente a sus hijos como si fueran pistolas cargadas dispuestas para dispararle en cualquier momento a su pareja no son desequilibrados ni víctimas de arrebatos incontrolables. Son especímenes que ven a sus niños como instrumentos, simples objetos arrojadizos, y a sus cónyuges o ex como cristales frágiles a los que lanzarlos. Lo que pasa por esas cabezas debe llevar a reflexiones profundas y no a ese punto de empatía que empieza por la frase «algo se rompió en ese cerebro para acabar haciendo eso, algún chispazo, algún crac tuvo que haber o algo le habrán hecho». Esos individuos son el mal sin más explicaciones, pero cultivado con esmero en una tierra fecunda, en la intolerancia absoluta hacia la libertad ajena, en esa creencia arraigada de que otros les pertenecen y de que eso les da derecho a todo, incluso a matar si consideran que quitar vidas cumple su objetivo. Porque, aunque a veces intentemos edulcorarlo o vestirlo con trajes de color pastel, el mal existe y estamos lejos de ser una sociedad ideal. Todavía existe un relato que deja un rastro antiguo de miguitas de pan para que alguien como Tomás Gimeno cometa el crimen más terrible. Aún hay gente que dice que el tipo es un loco.