La máscara de Isabel Preysler

Beatriz Pallas ENCADENADOS

OPINIÓN

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Ver a Isabel Preysler dentro de un disfraz de gato y cantando una de Abba no era algo que entrara en los planes de ningún espectador sensato, pero a veces no hace falta viajar más allá de Orion para contemplar cosas que nadie creería. El éxito desbocado del programa Mask Singer es uno de los misterios insondables de la programación actual, no tanto por sus cifras de audiencia como por conseguir que los famosos más insospechados entren en su juego. Esta semana lograron el momento surrealista de hacer concursar a la madre de Tamara cantando Waterloo. Más allá de anunciar azulejos y pirámides de bombones, nunca se había prodigado mucho en televisión la reina de corazones, pero en los últimos años ha bajado la guardia para ir a El hormiguero y visitar MasterChef en la final que ganó su hija. Pero lo de Mask Singer fue un paso más allá. Un desafío, confesó. Porque hasta ahora para proyectar su imagen a lo más alto le había bastado simplemente con ser y estar. «Normalmente yo estoy en presencia, nada más. Y ahora he tenido que cantar y hasta bailar un poco», dijo tras pasar por primera vez a la acción. 

Los miembros del tribunal adivinador cayeron rendidos ante el magnetismo de su figura con un arrebato nunca visto de devoción y sobreactuación. Aseguraron estar viviendo historia de la televisión y acabaron, taquicárdicos, dando gracias a la vida por haberles permitido estar allí en ese instante.