Sánchez, Casado y los límites del rencor

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

A.Ortega.POOL

20 may 2021 . Actualizado a las 08:59 h.

Feo, muy feo, el choque de ayer entre Pedro Sánchez y Pablo Casado. Dos horas antes, y perdón por la referencia, este cronista había dicho en la radio que el Partido Popular puede reprocharle al presidente del Gobierno toda su anterior relación con Marruecos, desde romper la tradición de hacer el primer viaje oficial a Rabat hasta la falta de transparencia en la atención hospitalaria de Brahim Gali. Pero, ante la agresión de Marruecos en Ceuta, Gobierno y oposición tienen que actuar con unidad de criterio, de discurso y de acción. Por lo que sabemos, esa unidad existió el día de la gran crisis, el martes, cuando Casado llamó a Sánchez y le dijo que estaba a su lado. Se rompió ayer, cuando ambos líderes se enfrentaron en público. Creo que tiene razón el presidente cuando dice no entender la diferencia entre lo hablado en conversación privada y lo dicho ante la Cámara y las cámaras.

Trato de encontrar una explicación. El líder del PP tiene un problema: la dificultad de marcar sus propios límites entre el apoyo institucional en situaciones de máxima gravedad y las que considera obligaciones como jefe de la oposición, y ayer, desde luego, no los consiguió marcar. Al tratarse de una sesión de control, se deja llevar por la crítica global y mezcla acuerdos con los separatistas y política exterior. Para él, el Gobierno es un desastre y un peligro para España y resulta incapaz de contener su afán de demolición, como si en ello le fuese la vida y su apuesta política. Esa es, al menos, la apariencia. Le falta la finura de ser crítico con la gestión diplomática y separarla de las necesidades de una emergencia nacional. Algo tan sencillo como decir: «Señor Sánchez, censuramos su trayectoria, pero en este momento nuestra obligación es estar con lo que usted representa». Algo así.

Y enfrente tiene al jefe del Ejecutivo, que no se distingue por su disposición a asumir las críticas. Cualquier cosa que se le diga desde los escaños conservadores la convierte en un motivo para revolverse y descalificar al oponente, como si fuese un caso de legítima defensa. Pablo Casado es su especialidad, como se demuestra cada miércoles en ese simulacro de debate que es el cruce de fogonazos de las sesiones de control. Si los impulsos de Casado le llevan a buscar la demolición de Sánchez, los impulsos de Sánchez no son más benévolos ni menos manipuladores. Casi siempre es difícil distinguir dónde empieza el juego limpio y dónde el rencor político. La incompatibilidad es manifiesta y es la causante final de la falta de acuerdos de Estado. Y ahora que, según el CIS, el PP está en subida y el PSOE en descenso, es difícil esperar una mayor disposición al entendimiento. Para este país, con tantas crisis abiertas, tantos desafíos institucionales y tantos riesgos de quiebra de la convivencia, no sé si llega a ser una desgracia, pero es un infortunio.