Hartazgo de Madrid

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

J. Hellín. POOL

22 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Me siento a ver el debate, pero rápidamente me abstraigo. Vuelven los retortijones en el estómago habituales de un tiempo a esta parte. Conozco su origen: sufro un empacho de Madrid. Una indigestión para la que no hallo remedio, porque tropiezo con Madrid hasta en la sopa. Los fideos cobran forma de Torre de Cristal y de puerta de Alcalá. Asisto a la presentación de un libro sobre descentralización en España y su autor, el economista Santiago Lago, habla del «efecto Madrid». Efecto absorción porque todos los caminos y trenes, no solo las vías fiscales, conducen a Madrid. Abro el periódico y la reina de los bares de Madrid acapara páginas para explicarnos cómo se defiende la libertad frente al comunismo y cómo se controla el virus sin destrozar la economía. Debe tener razón, ya que los héroes clásicos, y los que aspiran a serlo, han ido a pasearse por el callejón del Gato. Tertulianos madrileños hablan de Madrid en las televisiones. Representan a periódicos que, con menos lectores que La Voz, se tildan de nacionales porque se editan en Madrid y no en provincias. Y para colmo de mis males vienen TVE y La Sexta e introducen en mi casa, sin autorización mía ni orden judicial, el debate de Madrid. Con un mensaje subliminal: su futuro y el de España, querido amigo, se está jugando entre la Puerta del Sol y la Cibeles. Creo que el presidente Núñez Feijoo debería protestar por esa intromisión ilegítima y recentralizadora.

El trastorno me preocupa. Por novedoso, porque yo de joven mitificaba el rompeolas de todas las Españas y el Madrid qué bien resistes. O por si fuera síntoma de haberme contagiado con el virus letal de la madrileñofobia. Una enfermedad, como advirtió la doctora Díaz Ayuso, mucho más grave que esa pandemia de la que tanto se habla.

Intento sobreponerme y centrarme en el debate para justificar el sueldo. Como sospecho que el voto ya está decantado, me fijo en los personajes. Para verificar si Díaz Ayuso continúa siendo la ventrílocua del perro de Esperanza Aguirre, el can que piropeaba a su dueña en Twitter -«Aquí mi rubia castiza guapa, guapa, guapa. Guau»-, y la indocumentada que mete la pata en cuanto traspapela la chuleta que le prepararon; o si, por el contrario, ha adquirido tablas, argumentos y madera de líder. Solventó la papeleta a trancas y barrancas: la más floja de los seis, apagada y nerviosa, casi tutelada por Rocío Monasterio. Para observar si Ángel Gabilondo es tan soso como dice o tan sólido intelectual como dicen. Ni lo uno ni lo otro: percibí un discurso serio, sin florituras, y a veces irónico. Para comprobar si Mónica García es la estrella rutilante en alza. Brillante sí, aunque no sé si estrella permanente o fugaz. Iglesias mostró su verbo fácil y su cara amable, quizá en implícita súplica a Gabilondo para que retire su «con este Iglesias, no». Edmundo Bal, muy bien: lástima que este pudo ser su canto del cisne.

Al final, todos madrileños. Y en Madrid, como escribió Luis Pousa, no sabe llover. Llueve a ráfagas disparatadas, crispadas y caóticas. Sin sentidiño.