
El próximo martes, el Boletín Oficial del Estado (BOE) va a publicar una flagrante mentira, que los coleccionistas de gazapos históricos van a agotar en todos los quioscos. Dicha mentira no es otra que la coletilla del decreto de cese del vicepresidente Iglesias -«agradeciéndole los servicios prestados»- con la que Sánchez espera deshacerse de la mayor pesadilla de su vida, la que ya le quitaba el sueño antes de las elecciones, y la que cierra su breve ciclo con el balance más negativo -diferencia entre lo esperado y lo obtenido- de todos los ministros que tuvo el Reino de España desde Isabel II. Un balance peor, incluso, que el que pueden ofrecer ministros tan irrelevantes como Castells y Duque, desaparecidos en combate, y la media docena de miembros del Gabinete a los que nadie recuerda, entre los que figura «ese» -como le llaman sus colegas- al que el propio Sánchez le preguntó quién era, y qué hacía allí, cuando se acercó a cumplimentarlo al comienzo del Consejo de Ministros del día 26 de febrero.
La coletilla que tendría que incluir el BOE, para decir la verdad, sería el popular «¡por fin!» con el que despedimos al pariente plúmbeo que llegó a casa antes de comer y se fue después de cenar. Y lo que Sánchez intenta ocultar con tan evidente mentira es que le desea a su infiel colaborador el tortazo electoral más grande de la historia democrática -nadie se atreve a descartar que Sánchez vote a Ayuso-, mayor incluso que el que yo llevé en las elecciones gallegas de 1989, gracias al que mantengo un récord que muchos -entre los que me cuento- consideramos imbatible.
En el balance ministerial de Iglesias -lo digo así porque no recuerdo qué ministerio ocupa- figuran cosas tan importantes como la gestión de las residencias de mayores durante la pandemia; la imposición del modelo de renta básica que ahora rechaza, por exceso de renta, el 70 % de las solicitudes que recibe; y algunos otros memorables acuerdos, a nivel de vicepresidente, que, obtenidos de Sánchez mediante el consabido procedimiento del «¡vale, home, a chica para ti!», no se llegaron a redactar, o no se pudieron aplicar. También consiguió nombrar ministra de algo a su pareja, y vicepresidenta -inminente presidenta del Gobierno- a Yolanda Díaz, todo ello cuando ya había anunciado su propio y autónomo cese, «a petición del interesado».
Intrépido como es, Pablo Iglesias también logró romper su coalición con el simpático Gabilondo antes de firmarla; proponerse como candidato de toda la izquierda a la investidura de Madrid antes de ganarle las elecciones a Más País -en su versión «Madrid existe»- y al PSOE; y alcanzar la condición de candidato peor valorado en todas las encuestas que circulan por los mentideros de esa célebre Villa y Corte que pronto será, si Ayuso no lo impide, «Villa y República Bolivariana».
Y aquí termino de cantar este corrido, para tan admirado politólogo, por falta de espacio, obviamente, y porque quiero mantenerme neutral -¡perfectamente neutral!-en la campaña de Madrid.