¿Qué le pasa al Partido Popular?

OPINIÓN

Marta Fernández Jara - Europa Pr

04 mar 2021 . Actualizado a las 08:45 h.

Los títulos son cortos, y las preguntas largas. Por eso reformulo la pregunta antes de contestarla: ¿qué le pasa al PP que no le pase a los demás partidos? ¿Quién tiene la culpa de la crisis popular? El marco general en que se mueven nuestros partidos, caracterizado por su creciente fragmentación, la polarización por bloques, las dificultades financieras, la deserción de las militancias, el reblandecimiento de las orientaciones ideológicas y estratégicas que definían el mercado del voto, la dependencia de la comunicación de masas, y la apuesta por el modelo de partidos escoba -los catch-all-parties, de Kirchheimer, que cambian su identidad por votos- hacen que todos los partidos anden por ahí como zombis, sobrados de táctica y escasos de política.

Lo específico del PP es que una pérdida traumática del poder lo dejó noqueado; y que el contexto de crisis se está convirtiendo -contra todo pronóstico- en el mejor aliado de una indescriptible coalición que, asentada en el poder por sus propias contradicciones, parece estar eximida -por los ciudadanos- de cualquier responsabilidad directa en la compleja crisis que padecemos. A esto hay que añadir dos errores de bulto que los populares pudieron evitar, pero no evitaron: una transición improvisada desde el liderazgo de  Rajoy al de  Casado; y la muy popular costumbre de confundir la renovación del partido con la entrada masiva de pipiolos, y el atractivo político con la presencia de yuppies y gente guapa que confunden la personalidad con la fama, la sabiduría con la habilidad, y la política con el regate corto. Por eso han juntado la pérdida del poder con la crisis orgánica; la renovación del partido con una avalancha de simplicidad y obsesión comunicativa; la renovación con el infantilismo; y la fortaleza del partido con la obsesión inmoderada por recuperar el poder. Tal es el pronóstico de una crisis profunda y multiforme, difícil de revertir.

Pero la culpa no es de Casado, que acaba de llegar, sino de 35 años de vagancia discursiva que dejó al PP sin una explicación coherente y funcional de su programa. Quieren atravesar la galerna de cambios que se ha abatido sobre España -ideológicos, territoriales, económicos, sociales, culturales y axiológicos- sin cambiar de paradigma, sin más guía que un mapa en el que solo figuran dos puntos cardinales: el éxito en la gestión económica liberal; y el dogma de la sagrada unidad de España, que, solo por pereza, no se sigue enunciando como «la unidad de los hombres y las tierras de España».

Por eso contemplan horrorizados cómo, mientras el PSOE se mueve como un pez en aguas revueltas, ellos se mueven como paquidermos, incluso en aguas tranquilas. Por eso no tienen más horizonte que un incierto turno de poder que solo puede llegar a través de una repentina desestabilización del sanchismo -que nadie augura- o por un milagroso cambio de preferencias de los electores, que tampoco se vislumbra. Y con este bagaje, me temo, no se van a reconstruir como alternativa de Gobierno.