Betty Friedan y la mística de la feminidad

Cristina Gufé
Cristina Gufé PUNTO DE VISTA

OPINIÓN

María Pedreda

04 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Betty Friedan fue una mujer capaz de hacer un profundo análisis en lo referente al problema de la desigualdad. En el año 1963 publicó un libro titulado La mística de la feminidad; lo así denominado -según nos dice- no es más que una maniobra de la sociedad para embaucar a las mujeres, desposeyéndolas de su naturaleza humana completa al relegar sus vidas al ámbito doméstico, lo que las conduce a padecer «un malestar que no tiene nombre» pero que las puede llevar a enfermar. Betty Friedan no es solo «una feminista», sino una humanista que fue capaz de analizar un error histórico que ha traído como consecuencia el sufrimiento de millones de mujeres, y de hombres también. La revolución sexual y la igualdad serán reales cuando hombres y mujeres sean capaces de dialogar como lo que son: seres humanos completos y no lastrados por condicionantes culturales que afectan a toda la estructura social y que han desembocado en confrontaciones inverosímiles, hasta llegar al asesinato.

¿Por qué las mujeres son contempladas como seres raros? ¿No han sido los hombres y las mujeres hijos de madres y padres? Queremos que lo sigan siendo. ¿Dónde ha estado el error que desembocó en una manera de entender la sociedad en la que pierden todos? ¿Ha sido la familia una buena institución? ¿Tenía razón Platón cuando decía que para que hubiese justicia en un estado las mujeres deberían participar en lo público al igual que el hombre, o fue mejor seguir la idea aristotélica de que la familia es el núcleo de lo social al ser un derecho natural? ¿Deberíamos haberla concebido de otra manera?

Por el momento recordamos a Betty Friedan, su lucha por los derechos humanos que a los hombres les permitiría, por ejemplo, una vida emocional más plena, y a las mujeres no sentirse culpables si se preguntan cómo quieren vivir. «El malestar sin nombre» que las mujeres no hemos dejado de padecer no se resuelve sin afrontar un problema que cuenta con siglos de historia y que va más allá de las manifestaciones del día 8 de marzo.

Es infame aprovecharse de la capacidad de amar de las mujeres, de su hondura existencial, de su abnegación y de sus condicionantes naturales para que los hombres creen todo lo bello que hay en el arte como manifestación humana, o en la ciencia como conquista del saber, y lo que ellas logran en la construcción de la cultura, en la vida profesional y pública sea el resultado de un esfuerzo sobrehumano.