Bomberos pirómanos

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza EN LÍNEA

OPINIÓN

MURAD SEZER | Reuters

03 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En todas las lenguas que conozco hay un dicho que advierte de la importancia de la prevención -no solo en medicina- de los problemas. Se atribuye a Benjamín Franklin el dicho en inglés: «An ounce of prevention is worth a pound of cure», mientras que tanto en francés («mieux vaut prévenir que guérir») o en español («Más vale prevenir que lamentar») los dichos son apócrifos. Claramente es mucho mejor, más efectivo y barato, prevenir que curar. O que lamentar. Sin embargo, nos vemos rodeados de apagafuegos que pretenden salvarnos -la vida, la sociedad, la educación, el futuro- de problemas que han ido apareciendo como setas. La gran pregunta es: ¿realmente los necesitamos? Una de las mayores paradojas de las organizaciones de cualquier tipo es que los que adquieren visibilidad, los que se hacen notar y rebotan de un medio de comunicación o de una red a otra son los que parecen resolver los problemas, los que apagan los fuegos y están siempre al quite allá donde aparece la sombra del desastre. Pero no les damos importancia a los que previenen la aparición de los problemas. Hacer eso no vende. Claro, ¿cómo saber lo que podría haber ocurrido si no se hubiera tomado tal o cual decisión en un momento dado? Así, el personaje que evita los problemas tomando medidas anticipadamente -a veces, muy sencillas- no gana repercusión mediática. No es tan valorado en una organización o en la sociedad como el que propone tomar la decisión milagrosa. Que funcione o no, ya es otro cantar. Los vemos agitados, con la cara tensa copiada del protagonista de la última serie de catástrofes, da igual que sea para salvar a la sociedad occidental, a su comunidad de vecinos de una multa, a su empresa de la quiebra, a la democracia, o a toda la humanidad del armagedón final. Tanto da. Lo que cuenta es alcanzar el aura heroica. Y por supuesto, si las cosas salen mal, es porque no se les hizo todo el caso, o porque ya era imposible resolver el desastre, la desfeita que venía de antes. O porque el sol salió, o porque no lo hizo. Que siempre habrá a quien echarle la culpa. Y en este contexto paradójico, los reflexivos, casi invisibles defensores de las medidas razonables a tiempo, van siendo apartados por los histriónicos personajes, que se van haciendo más y más populares. Un problema añadido -que no menor- es que el auge de los apagafuegos lleva, paradójicamente, a que cada vez haya más fuegos que apagar. Como ser el discreto y muchas veces oscuro personaje que evita los problemas no vende y no es valorado en nuestra sociedad, cada vez hay menos de estos y más de los otros. De los mediáticos. De los que opinan cómo hay que salvar lo que sea que se tercie en ese momento, sea un problema real o incluso imaginario, que hay que mantenerse en el candelero como sea. Sobre todo, si te van las subvenciones en ello. Y como las redes y los medios de comunicación, que también tienen su parte de culpa por visibilizarlos en lugar de condenarlos al ostracismo, les dan pábulo y les sirven de amplificador, cada vez se lleva más ser apagafuegos salvador. ¿Quién querría ser el personaje secundario en lugar del protagonista? Y el siguiente problema es que ese es el mensaje que se transmite a la sociedad y a la juventud: que es mejor ser el resolvedor (pido anticipadamente disculpas al ministro que fuera a inventarse este palabro, en la línea ya marcada por nuestros próceres, por anticiparme y pisarle el gazapo) y salir en los medios, incluso a costa de ser el causante del problema -la paradoja del bombero pirómano-, que el previsor. No parece muy lógico, ¿verdad?