La historia es que algunos intelectuales franceses solicitaron que los restos del poeta Arthur Rimbaud fueran trasladados al Panteón, junto al también poeta Verlaine, con el que tuvo una corta (todo en Rimbaud fue corto) y violenta relación sentimental. Y Macron, instigado por la sobrina biznieta del susodicho, Jacqueline, se acaba de negar en redondo. A mí lo que me llama la atención es esto último, que la familia de Rimbaud ande defendiendo la memoria de su antepasado, porque en vida tanto la madre como su hermano Frédéric, el tatarabuelo de Jacqueline, se portaron cruelmente con él, y, a estas alturas, a la familia deberían haberle quitado la custodia. Rimbaud parte con 25 años hacia Harar, la ciudad de las hienas y el desierto, en Etiopía, buscando un empleo y el calor. Durante los once años que le quedaban de vida su madre, una bruja de mucho cuidado, le va robando el dinero que recibe para dárselo al hermano, que no era más que un golfo. Cuando en 1891 regresa a Marsella con una gangrena que le iba a costar primero una pierna y después la vida, allí se reúne con él su hermana Isabelle, que lo cuida y ruega insistentemente a su madre que vaya a visitarlo porque se está muriendo. Lolo Rico (la creadora de La bola de cristal) tradujo hace diez años para mí sus Cartas abisinias, y lloraba de indignación a cada carta, como cuenta en el prólogo. Yo creo que Lolo hubiera querido que dejaran a Rimbaud en Charleville y enterraran en el Panteón a su familia. A los que siguen vivos también.