Una ráfaga de viento trae de pronto el recuerdo gélido de una frase manida de los locos veinte años en un salón repleto de copas rebosantes de abrazos. Y esperando a que la Historia salga por la puerta en los brazos de una mujer de 82 años, empieza a notarse uno de esos vientos que tiene el poder de arremolinar pensamientos y arrastrar imágenes de hace solo un año. Se mecen entonces entre los árboles los flashes del Cachitos que podría resumir estos meses que por fin están acabando. Y empiezan a flotar comentarios mordaces sobreimpresos sobre miles de besos lanzados desde la pantalla que refleja todas esas cervezas que hemos bebido sin poder tocarnos. Suenan los mejores oldies para volver a sacar fuerzas de jornadas interminables de incertidumbre, tristeza y mucho cansancio. Y la imagen se va a negro por todos esos amores que han quedado congelados. También hay tiempo para una fanfarria que celebre que siempre hay cosas buenas cuando los tiempos se ponen malos. Y el céfiro se lleva de pronto la imagen de a quienes nunca debimos de acercarnos. No habrá grandes fiestas, ni conciertos, ni chocolate que temple los copazos. Pero no hay que perder la vista de lo importante: pronto volveremos a abrazarnos.