Desde mediados del siglo XX la teología, con sus diversos apellidos, ha destacado el aspecto social de la fe en Jesús, el carpintero de Nazaret, gente pobre y humilde, que se implicó en los asuntos sociales y políticos de su comunidad practicando las costumbres sociales y participando de las ceremonias y ritos religiosos. Al año se publican cientos de libros sobre la historia de Jesús, se filman muchas películas y se escriben novelas en las que él es el protagonista o el protagonista se entrega a los demás, a veces heroicamente, motivado por la fe y el amor a Jesús. Aquí interesan algunas de estas novelas. La figura de Jesús siempre estuvo presente en el pensamiento de Kazanzakis, desde su juventud hasta sus últimos años. Kazanzakis, agnóstico enamorado de Jesús, plasmó su compromiso con Jesús en varias de sus novelas, concretamente en Cristo de nuevo crucificado, cuyo personaje, Manolius, especie de doble del autor, muere crucificado por las autoridades políticas y religiosas.
Los cristianos, especialmente los sacerdotes de Los curas comunistas, viven y luchan por la defensa de los humildes y apoyan su práctica pastoral, su predicación y sacan fuerza para su testimonio de la meditación sobre la vida de Jesús. La vida del sacerdote protagonista es una reescritura de la Pasión de Cristo. En La guerra de los pobres, los campesinos, enardecidos por el teólogo Muntzer, se sublevan contra la autoridad siguiendo el ejemplo de Jesús. En blanco narra la participación de los cristianos latinoamericanos, resaltando el papel de los sacerdotes, en la lucha armada contra el pecado estructural, las estructuras de explotación. A los novelistas les interesa la acción, lo que hacen sus protagonistas motivados por la fe en el Cristo. El dolor de los que sufren es la hoz que siega la mala hierba. Manolius, Muntzer, los sacerdotes obreros y los curas guerrilleros están hartos de palabras y dan el paso a la acción tratando de vivir aquello del maestro: «Por sus obras los conoceréis». El Cristo social ha liberado al cristianismo de sus cadenas ideológicas, de sus corsés escolásticos, de sus delimitaciones filosóficas, ha arrancado a Cristo de las páginas de la Suma Teológica.
Este año cambia la manera de celebrar la Navidad, pero la Navidad es la misma, la celebración del nacimiento de Jesús. Para aquellos que ven más allá de la farándula y la fanfarria de estos días y dejan salir la esencia de lo que aquello es, aunque no se parezca en nada a lo que los demás ven, la Navidad no cambia nada. En el centro del mundo, nos sentimos alejados de todo y solos en la intimidad de la ausencia. Lo que está dentro de nosotros es lo más lejano y lo más cercano es lo que pasa en el otro cabo del mundo. Lo que es solo se puede escuchar en el silencio, en el cruce de los caminos del corazón, en el taller del carpintero de Nazaret. Eso es la intimidad, la fusión del hombre consigo mismo, donde el hombre llega a la presencia de sí mismo, absolutamente incomunicable, prendida a los recuerdos que tienen un dónde y un cuándo precisos, se acrecienta con cada amanecer, con cada atardecer, hasta con la soledad que impone la pandemia. Solo ahí uno se puede encontrar con Él.