Navidad, Navidad, triste Navidad

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Lavandeira jr

23 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La pandemia que comenzó el mes de marzo cambiará este año la letra del conocido villancico («Navidad, Navidad, dulce Navidad…») que en millones de hogares españoles se canta desde hace muchos años. Ni la Nochebuena de mañana, ni la Navidad del día 25, serán dulces este 2020 sino, más bien, solitarias y tristonas. Es decir, nada ni lejanamente parecido a aquel delicioso follón de familias amplias que, muchas veces por única vez en todo el año, se reunían para disfrutar de unas fiestas que eran de norte a sur y de este a oeste las más hogareñas de un país donde si falta algo no son precisamente los jolgorios.

Nunca las calles de España, sin excepciones locales, provinciales o autonómicas, están tan vacías como el día de Nochebuena después de la caída de la tarde, cuando las familias comienzan a reunirse en la casa de aquellos a los que les toca organizar la cena más tradicional y más llena también de tradiciones: de los mazapanes al turrón, del besugo o el pavo al bacalao o, donde se puede, los mariscos. Y todo acompañado de matasuegras, gorritos con estrellas y, desde hace algunos años, de regalos muy empaquetados con papel brillante y lazos de colores.

Aunque hay que confiar en que la generalidad de la población cumpla las restricciones que, con mayor o menor claridad, el Gobierno y las autoridades regionales han venido estableciendo para impedir que las fiestas navideñas acaben dándole al covid la oportunidad para dar un nuevo paso de gigante, que sería el tercero en once meses, son explicables las resistencias a cambiar ese hábito tan arraigado en una población acostumbrada a no modificar sus rutinas más que cuando aquellas van cayendo en desuso de forma natural.

De hecho, las generaciones nacidas en España después de 1950 (en torno al 85 % de la población en 2020) son de las pocas que desde el inicio de nuestra historia contemporánea no han tenido que vivir los efectos más o menos cercanos, y siempre devastadores, de una guerra interna o exterior: la de la Independencia, las tres carlistas, las coloniales o la Guerra Civil de 1936 a 1939. Y son, por ello mismo, las únicas acostumbradas a mantener sus inercias y costumbres, que ni siquiera alteraban las crisis económicas que, desde mediados del siglo pasado, hemos sufrido de forma recurrente: el día 24 se cenaba y el 25 se almorzaba con más o menos derroche dependiendo de la situación y las posibilidades de cada quien, pero se cenaba y se almorzaba en amplios grupos familiares.

Esta Nochebuena y esta Navidad serán para muchos millones de españoles las primeras distintas a todas las que recordamos desde que tenemos uso de razón. Pero han de ser así, aunque no nos guste nada. El recuerdo del relajo veraniego -aquel en que, ¿recuerdan?, habíamos «vencido al virus»- debe servirnos para no cometer el mismo trágico error de hace unos meses. Pues la verdad, no por repetida menos cierta, es que renunciando ahora a las fiestas a las que estamos habituados podremos lo antes posible volver a celebrarlas.