La culpa no es solo nuestra

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

26 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre me he preguntado si Emma Bovary se suicidó por la culpa o por el hastío. Hoy aún no lo sé. Y cada vez que regreso a la obra del maestro Flaubert, sigo insistiendo en mis dudas. No me sucede con Ana Ozores, por ejemplo. A ella la carcomía el peso de la culpa. Atribulada, desfila como penitente descalza en las procesiones de Vetusta, vive «entre mares de tristeza» y lee a Santa Teresa para purificar su espíritu. Su pecado era amar. Y su culpa la escribió Clarín para eternizarla a ella, Ana, y a Fermín de Pas o a Álvaro Mejías, perdidos en las telas de una iglesia, una rúa, o el granito señero de una ciudad vieja. Álvaro era un don Juan mediocre. No como el de Zorrilla, altanero y cruel. Ese no sintió nunca culpa alguna. Como tampoco la sentían los héroes griegos a los que leímos con afán y a los que ya casi nadie lee. Y menos ahora. Para qué. Con la arribada de la inteligencia emocional y la educación lúdica y la igualdad a la baja, ya no se precisan a los clásicos. Y menos a estos que se metían en guerras y mataban por despecho y amaban con tanta lascivia que la facundia sexual de Cincuenta sombras de Grey (esa trapallada), por ejemplo, quedaría en simple anécdota. Quiero decir que la culpa en los clásicos griegos y latinos era siempre de los dioses. De Odiseo a Aquiles, de Orestes a Edipo, de Medea a Fedra. Y así podría seguir hasta rematar este artículo en torno a la causa y los causantes de la segunda ola de covid, esta herida.

La culpa es nuestra. De la gente. Eso afirman los diferentes gobiernos de los diferentes partidos. Somos unos irresponsables, y punto. Lo aseveran los mismos que demoraron las medidas (no lo digo yo, sino las revistas científicas) y luego impusieron las restricciones más severas de Europa. Los que nos metieron en casa tres meses y tras el trimestre penitenciario, en julio, pasaron la pelota a aquellos que no dejaban de pedirla, las autonomías. Disfrutamos de nuestra libertad, a ello nos conminaron desde las más altas instancias, y todo el mundo miraba para otro lado mientras España era una fiesta. Ni Hemingway se desmelenaría tanto. Faltó pedagogía desde el principio: el sentido de la disciplina desaparecido en la educación. Igual que faltó pericia política. Desde el principio, también. Y ahora tocan seis meses de estado de alarma. La culpa no es solo nuestra.