El gran dilema de la situación actual de la pandemia, provocada por el virus SARS-CoV-2, está en encontrar un equilibrio entre los confinamientos y el desarrollo económico. Los casos de personas infectadas crecen de nuevo exponencialmente en muchas zonas de España y su número se aproxima a cifras equivalentes a las peores de la primera oleada. Hay que tomar medidas urgentemente.
Nos dicen que no salgamos de casa más que lo imprescindible. También que no hablemos y mucho menos gritemos. La expansión del virus está ligada a las gotitas que se expulsan cuando tosemos y estornudamos, pero también a los aerosoles que se forman cuando hablamos y gritamos. Por eso, si no hablásemos, eliminaríamos esa vía de contagio.
El confinamiento, aunque sea con movilidad reducida, provoca una repercusión muy negativa en el consumo, especialmente en el mundo de la hostelería y el ocio. Por eso, las autoridades y su pléyade de asesores, han de esforzarse para encontrar un equilibrio entre las acciones para atenuar los contagios y el despegue de la economía. El problema es que los españoles hemos demostrado una tremenda irresponsabilidad en nuestro comportamiento en fiestas y no fiestas, negación de mascarillas, etcétera. Hay que corregir, aunque sea a base de multas que se hagan efectivas, que esa es otra, a los que entorpecen la búsqueda del equilibrio que preconizamos.