Las tetas de Ainhoa Arteta

OPINIÓN

Fernando Alvarado

26 sep 2020 . Actualizado a las 09:17 h.

Los chavales de hoy en día podrían decir que ver Masterchef da cringe. Esa mezcla entre vergüenza ajena y un puntito de asco, que resulta sin embargo imposible de resistir. Da cringe ver a todos esos personajes supuestamente de altura, normalmente divinos de la muerte, enfangados en el sudor de la cocina. Ese mejunje extraño del famoso enredado en la incapacidad de seguir unas instrucciones mínimas con la sartén en la mano y el delantal lleno de suciedad equilibra un deseo oculto en el espectador: saber que la celebrity es tan pringada como cualquiera de nosotros. Incluso mucho más. De ahí mis alabanzas a los que cada temporada se plantean un casting en el que todos los concursantes terminan como pollos sin cabeza. Meter a Flo con Celia Villalobos, al estilista Josie (que da frases inmensas y repele igual que atrae) con la Terremoto de Alcorcón puede hacer explotar la olla exprés. Por eso no puedo evitar recomendarles que con el rabillo del ojo se asomen a esos fogones en los que una diva como Ainhoa Arteta, empapada en harina, con las gotas cayéndole por la frente, da en cada programa su do de pecho: «¡Vete a la mierda, Jordi! ¡Por mis tetas que esta crema de limón sale bien!», «Aquí todo el mundo manda, ¡estoy hasta los huevos!». Querrán darle al rewind para saber si lo que acaban de emitir ha pasado realmente, porque la cocina saca ese pundonor de los que están hechos al éxito. Y si no, siempre podrán reírse de cómo la pifian en lo más básico. Eso sí, visto de cerca Masterchef da mucho cringe.