El doctor Sánchez

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Borja Puig de la Bellacasa | Efe

25 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Si uno no conociese al presidente Sánchez y lo escuchase por primera vez en semanas pasadas, casi seguro que se convencería de estar oyendo a un doctor experto en pandemias y en el mejor modo de combatirlas. Tal era la erudición y la vehemencia con que llevaba a cabo sus exposiciones, abriendo unos telediarios o apareciendo en medio de otros. Nadie puede decir que no se ha implicado a fondo en esta «guerra», aunque, en términos políticos, lo hiciese en beneficio propio.

El futuro es esa incógnita para la que todos parecen tener remedios, pero ante la que nadie puede garantizarnos nada, porque no todo se sabe a ciencia cierta sobre su evolución. Esta es la parte gorda del problema. Que aún avanzamos a ciegas, con muchos políticos y científicos zarandeando el árbol de la ciencia del bien y del mal.

No soy un crítico terco de la actitud de Sánchez, pero sí de su sobreexposición mediática, con la que pretende reafirmar un liderazgo que, en principio, no tendría en peligro. De hecho, es él quien puede dañarlo con una sobreactuación plagada de reiteraciones y cábalas que debería evitar, porque alguna de ellas puede salirle mal. Como acaba de ocurrirle, tras el último debate, con la presentación pública de un acuerdo oculto con EH Bildu, firmado para derogar «de manera íntegra» la reforma laboral del PP. Es decir, un acuerdo avalado también por el PSOE y Podemos y ahora reconocido públicamente por un Sánchez que no se fiaba de contar con el apoyo de Ciudadanos en el Congreso.

Dicho en otras palabras, la misión de Sánchez es gobernar y no especializarse en pandemias ni en acuerdos subrepticios. El presidente debiera de tener en cuenta un consejo del sabio Solón de Atenas: «Aprende a gobernarte a ti mismo antes de gobernar a los otros». Porque quizá ahí está la raíz y la clave de todo lo que ha ocurrido. En EE.UU., el presidente Abraham Lincoln liberó a los esclavos y logró mantener unida a la nación, aunque ello le costó la vida. Célebre es su afirmación de que «ningún hombre es lo bastante bueno para gobernar a otros sin su consentimiento». Y en ello estamos aquí, residenciados en la esperanza de que Sánchez busque nuestro consentimiento antes de imponernos extrañas combinaciones políticas.