Incertidumbre

Miguel Juane EN VIVO

OPINIÓN

Joaquin Corchero

04 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Muy poca gente podría suponer que un pequeño virus pudiese paralizar el mundo. Nadie estaba preparado para algo así, ni individual ni colectivamente, ninguna persona, entidad pública o privada ni por supuesto ningún Estado ni Gobierno alguno.

Siempre pensamos que un terremoto, un meteorito, una sequía o hasta un tsunami, como ejemplos de desastres naturales, podrían devastar países enteros. Incluso una amenaza nuclear, una huelga sectorial a nivel mundial en ámbitos como el transporte o las comunicaciones o, en el peor de los casos, una guerra, podrían traer consecuencias devastadoras. Pero un virus, un simple microorganismo, en una sociedad tan avanzada social y tecnológicamente, era algo imprevisible, impensable, inimaginable.

Y como pasa siempre, las víctimas, los que lo sufren, no son los dirigentes, los que toman decisiones. Son los ciudadanos de a pie, los que han perdido a algún ser querido sin poder ni siquiera despedirse de él, los que haciendo su trabajo tienen que sobreexponerse en una situación que parece surrealista y que nunca se agradecerá ni se reconocerá lo suficiente, los que sienten peligrar su estabilidad profesional y económica, los jóvenes que ven frenada su proyección o los niños que ven coartado su normal desarrollo sin entender nada de lo que está pasando.

Y a los sentimientos de impotencia y de frustración, que son de los peores que uno puede sentir, y que generan tanta tristeza, desazón y hasta irascibilidad, se añade también el de una total incertidumbre ante el futuro. Nadie sabe cómo saldremos de esta ni qué consecuencias traerá. Intuimos que, al igual que el atentado de las Torres Gemelas cambió la manera de viajar, de desplazarnos por el mundo, esto modificará la forma de relacionarnos, de interactuar, de vivir en sociedad. Ya nos sentíamos vulnerables, pero no sabíamos hasta qué punto. Ya nos asaltaban los miedos, pero no imaginábamos que podríamos sentirnos tan indefensos, tan desprotegidos, tan inseguros.

Es probable que, por nuestra innata sabiduría, esto nos refuerce, nos haga mejores, si lo enfocamos de manera inteligente y hasta pragmática, que nos enseñe a valorar aquello que realmente importa, a saber que lo material es prescindible, que la naturaleza es un don que debemos cuidar, que un beso, un abrazo o el contacto de la piel es algo de valor incalculable, y que la amistad y la solidaridad son más valiosas que cualquier bien tangible.

La manera de vencer esos miedos, de doblegar esa incertidumbre es hacerlo de manera colectiva, desde la ciudadanía, desde nuestros barrios y nuestras ciudades, con nuestro esfuerzo y nuestra dedicación personal, con nuestra mejor versión, dando el máximo de cada uno de nosotros, pensando en el bien común, en el interés general del que tanto se habla y que tan poco parece importar, sobre todo cuando pensamos en muchos de nuestros dirigentes, da igual de una u otra ideología.

Mañana, los que hoy hemos sido disciplinados, obedientes y comprometidos, tenemos que iniciar una revolución, pero no de reproche ni de lamento, ni siquiera de rabia, sino de reconstrucción, de esfuerzo común y de apoyo mutuo.

Señores gobernantes, cada uno en su parcela, háganse merecedores de este pueblo, de su gente, honren a quienes depositaron en ustedes su confianza, cumplan con sus obligaciones, sean honestos y pónganse a la altura de los administrados, a quienes se deben, hagan que nos sintamos orgullosos de ustedes, no avergonzados ni indignados. Nos lo merecemos, como pueblo, como nación, como colectivo que siente y padece de manera conjunta. No sean mediocres, sean los líderes y responsables sólidos de esto que, con tantas generaciones de abnegados ciudadanos, hemos ayudado a construir, a consolidar, algo que es patrimonio común y que es tan esencial como nuestro bienestar, nuestra seguridad y nuestros derechos y libertades. No es un ruego, es su obligación.