Hacia la continuidad de negocio

Juan Pablo Calzada ANALISTA FINANCIERO

OPINIÓN

26 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Un aspecto poco conocido del 11-S fue el cierre de la Bolsa de Nueva York durante varias semanas, lo que obligo a inversores particulares y profesionales a no poder operar en el mercado y asumir grandes pérdidas. Los sistemas informáticos estaban distribuidos en varios edificios del complejo de las Torres Gemelas, lo que no fue suficiente.

A nivel nacional, el susto se lo llevo también el sector financiero durante el apagón de Barcelona del año 2007. Las mesas de cambio de varios bancos catalanes estuvieron sin poder operar en los mercados financieros y con posiciones abiertas durante semanas, con las consiguientes pérdidas.

Las grandes multinacionales, los mercados financieros y algunos gobiernos aprendieron la lección y aplicaron o exigieron políticas de continuidad de negocio o business continuity. Es decir, redundar las infraestructuras críticas del negocio en localizaciones distintas y distanciadas. Además de planes de continuidad ante cualquier contingencia imaginable: sustituciones de personal ejecutivo, inutilización de infraestructuras físicas o lógicas o problemas con los proveedores. El Gobierno británico y algunas empresas multinacionales exigen a sus proveedores planes de continuidad de negocio si se quiere tener relaciones comerciales de cualquier tipo (en el caso británico); y si se es un proveedor de servicios o productos que afectan a los aspectos más sensibles de su negocio (para algunas multinacionales).

La actual pandemia ha puesto de manifiesto la necesidad de aplicar las políticas o planes de continuidad de negocio a todo el tejido empresarial y especialmente a los propios estados. La idea de David Ricardo de la ventaja comparativa, por la cual las naciones deberían dedicarse únicamente a producir o prestar los servicios para los cuales tuviesen una ventaja comparativa sobre el resto y dejar lo demás a naciones que tuviesen dicha ventaja ha vuelto parcialmente al terreno utópico. Y, por lo tanto, la globalización, la aplicación práctica de dichas ideas, no volverá a ser igual. Ya que ha quedado demostrado que no solo la eficiencia y los bajos costes son suficientes.

Aún antes de que se decretara la eufemísticamente llamada «hibernación» de la economía española ya había industrias, entre las que destaca la del automóvil, que estaban reduciendo e incluso programando la parada total de su actividad debido a la interrupción de los suministros venidos de China. El impacto en el PIB de los países y del mundo va a ser brutal, vamos a entrar en tasas de crecimiento negativas, algo que no ocurrió ni en la crisis del año 2009 cuando se registró un avance inferior al 1 % del PIB mundial. En concreto, y a falta de saber la extensión temporal del actual parón económico, se estima una contracción de más del 2 % para el mundo y superior al 10 % para nuestro país.

La lección es clara, los costes no son la variable fundamental, el riesgo de no poder continuar con la actividad es mucho más grave. A nivel nacional eso implica que los sectores estratégicos deben incluir al sanitario y toda su cadena de producción. Y las empresas deben elegir entre una cadena de producción de bajos cotes internacional y más vulnerable o una local más cara pero más segura.

Y cómo no, el teletrabajo como un sistema de continuidad de la actividad. Aquellas empresas que lo han podido implementar sufrirán menos y sobrevivirán con mayor facilidad.

Una vez se controle la pandemia, cosa que esperemos que ocurra a la mayor brevedad posible, se crearan nuevas oportunidades. Tanto para los sectores que obtengan la calificación de estratégicos, como en aquellos que han sufrido en mayor medida la interrupción de sus cadenas de producción internacionales. Y, por supuesto, en el sector informático especializado en sistemas remotos de trabajo.