Acerca de los niños y el sentido común

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

María Pedreda

23 abr 2020 . Actualizado a las 09:06 h.

Confieso que me eché las manos pulcramente lavadas a la cabeza, desconcertado, cuando la ministra portavoz anunció que los niños podrían visitar el supermercado, la farmacia o el banco. La medida significaba una bofetada al sentido común. Sacar a los menores de casa para meterlos en un presumible foco de infección tiene visos de irresponsabilidad. La medida suponía también un automentís del presidente Sánchez, quien viene reiterando hasta la saciedad que basa sus decisiones en los informes de los expertos y el comité científico. ¿Qué sabio aconsejó tal cosa? Todavía no conocemos su identidad. La inmensa mayoría de los expertos consultados, por el contrario, suscriben las palabras del presidente de la Sociedad Española de Pediatría: «Hay más riesgo en que un niño vaya a un supermercado que a un parque».

La metedura de pata, pese a la rectificación obligada por el alud de críticas, deja poso. Genera desconfianza sobre la desescalada «lenta y gradual» que nos prometen. El Gobierno deberá tomar numerosas decisiones, sanitarias y políticas, y yo solo puedo ofrecerle dos guías de conducta: aplique el sentido común y la opinión de los especialistas. Cuando decida o apruebe algo, apóyese como mínimo en una de esas dos muletas.

Lejos de mí la tentación de mitificar el sentido común. Einstein afirmaba que no era más que un conjunto de prejuicios depositados en nuestras mentes. El sentido común nos dice que la tierra es plana y tuvo que venir el comité científico a desmentirlo. Así que jubilemos el sentido común cuando los expertos certifiquen que visitar supermercados es saludable para niños y padres. Pero no antes.

Esta doble crisis de caballo nos ha pillado en Babia. Al pueblo, a los expertos en pandemias sanitario-económicas y al Gobierno. Aparte de las mentes privilegiadas que todo lo sabían antes de comenzar la EGB, nadie conocía esta especie de virus ni su capacidad destructiva. Pese al cursillo acelerado, todavía desconocemos cómo mata, a cuántos mata y cómo y cuándo se erradicará. Tampoco sabemos cuántos empleos, de los millones que están en la uci, sobrevivirán a la pandemia. El sentido común nos dice que los destrozos serán enormes y los sabios nada añaden a esa apreciación. Si usted pregunta al más ignorante de la clase cuánto caerá el PIB, le responderá que «mucho». Si usted le pregunta al Banco de España, uno de nuestros sabios, le contestará exactamente lo mismo pero más adornado: entre el 6,6 % y el 13,6 %, entre 82.000 y 170.000 millones de euros, o sea: mucho.

¿Qué quiero decir con esto? Sencillamente que, si todos andamos angustiados y más perdidos que un pato en un garaje, el Gobierno también tiene derecho a equivocarse, a probar el método de prueba y error, a dictar medidas y a rectificar. Lo inadmisible sería que, confinados en su torre de marfil y sin más asidero a la realidad que el mando a distancia, se empeñasen en confirmar la paradoja atribuida a Voltaire, según la cual el sentido común es el menos común de los sentidos.