La tristeza

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

18 abr 2020 . Actualizado a las 11:05 h.

Hoy escribo triste, como Pessoa en el Libro del desasosiego, porque estoy triste, y saludo con un buenos días tristeza, como Francoise Sagan, cuando con dieciocho años publico su best seller Bonjour Tristesse partiendo de una estrofa de un poema de Paul Eluard, y acercaba la tristeza a la melancolía existencial en una historia de verano en la Riviera francesa.

Pero hoy la tristeza es un pájaro negro que sobrevuela España, el pájaro negro del miedo, el dolor y el llanto que invade el país cuando la muerte invisible que trajo el coronavirus esta sembrando de muertos nuestra patria. La pena y la tristeza están siendo infinitas, y la incertidumbre nos deja sin respuestas. En estos días estar triste en legitima defensa es un derecho, casi una obligación. Los veinte mil muertos durante un mes largo de confinamiento nacional merecen que nuestra tristeza sea el duelo oficial de los ciudadanos, el mismo que les hurta el Estado.

España es un país vital, alegre, que no contempla la tristeza colectiva pero que sabe y quiere ser solidario en momentos que se le pide, como ahora, un esfuerzo para al final ver la luz al otro extremo del túnel.

La tristeza es hija del miedo y de la desolación, es frontera de la depresión que amenaza nuestro comportamiento cotidiano. La tristeza, en cierto modo, es la antesala de la muerte, de la desesperanza, del temido no future que está escrito mas allá del horizonte.

Y hoy estoy particularmente triste, porque el maldito virus se ha llevado, tras 48 días de resistencia en una UVI, a un amigo muy querido que durante toda su vida poseyó el don de la palabra. Se me ha muerto Lucho, Luis Sepúlveda, con quien he compartido días y noches de vino y rosas, de sueños y literatura. De esperanzas vanas y deseos cumplidos.

El escritor chileno, valiente y combativo desde su militancia y compromiso, quiso hacer de Gijón su parada y fonda última. Su obra quedará para siempre en la gran historia universal de los libros. Vendió varios millones de ejemplares de su Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar o de Un viejo que leía novelas de amor. Buen viaje amigo, me queda la tristeza.

Y como leí un en un articulo de Álvaro Cunqueiro sobre la Europa gótica, concluyo triste «que he visto llegar, nocturna, la peste a Pisa». Nos queda la tristeza.