Desde mi ventana

Eugenia Escudero
Eugenia Escudero EN LÍNEA

OPINIÓN

María Pedreda

22 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La llegada del coronavirus me pilló encauzando mi nueva vida en la que, además de ser la madre de mi hijo y de mi hija, me he convertido en la madre de mis padres, difícil situación emocional. Si a ello añadimos que soy persona de alto riesgo de contagio, gracias a una dolencia autoinmune que me acompaña desde hace más de 25 años y a un trasplante renal bastante más reciente, la dificultad no solo es emocional sino también de salud. Como guinda a este pastel, diré que mis ingresos provienen de una retribución con la que tengo que hacer frente, entre otras cosas, al pago de una hipoteca y a los estudios de mi hija en la universidad que, con lo que está ocurriendo en el ámbito económico, añade una considerable dosis de incertidumbre a la ecuación. Soy, en fin, una ciudadana cualquiera entre los millones de personas, cada una con sus propias circunstancias, que nos encontramos confinadas en nuestros domicilios tras la alerta.

Estoy aislada en casa junto a mi hija, sin poder abrazar a mis padres ni besar a mis nietos. Desde mi ventana veo una plaza vacía que, no hace ni una semana, estaba llena de griterío y juegos de niños del colegio cercano. Pienso entonces en la gran cantidad de personas que ahora mismo estamos en similar situación. Pienso también en las veces que nos hemos quejado de las rutinas a las que ahora nos tiraríamos de cabeza, que no hemos valorado suficiente la compañía de nuestros seres queridos o que no hemos sabido disfrutar de los buenos momentos vividos.

En mi caso aprendí pronto esta lección, las temporadas de confinamiento en hospitales me han enseñado a ser paciente, a amar a quien me ama, a disfrutar de las buenas compañías, a vivir intensamente cada día y a disfrutar cada momento. Cierro los ojos y puedo volver a sentir la tibia arena de la playa bajo mis pies mientras doy largos paseos, el fresco olor de la montaña mientras hago una ruta o el amor en los abrazos y en los besos de aquellos a los que quiero.

Después del coronavirus nada volverá a ser igual, las estadísticas que hasta ahora mostraban una Europa vieja y rica, nos irán mostrando poco a poco una Europa vieja y bastante más pobre. Entre todos nos tocará reconstruirla con la misma responsabilidad que estamos empleando en acatar las reglas de la situación de emergencia que vivimos. El camino será largo y no estará exento de una buena dosis de sufrimiento tanto individual, como colectivo; las enormes cifras de desempleados que día tras días engrosan las listas del Inem o las elevadísimas dotaciones de gasto público necesarias para afrontar las enormes dificultades que estamos viviendo, son buen ejemplo de ello.

Desde mi ventana, sueño con volver a ver los juegos de los niños en la plaza y escuchar sus risas, el movimiento de los coches en la calle, el rumor de la gente caminando; retomar los cafés y las comidas con las amigas o el vinito con los de siempre; ir de tiendas, al cine, a la playa, de caminata por la sierra; sueño con abrazar a mis padres y achuchar a mis nietos, a mi hijo,... Sueño también que todos entendamos que debemos trabajar en común en la reconstrucción de nuestro nuevo entorno pues está en juego todo lo que somos y todo lo que tenemos.