Mientras el coronavirus se expande

OPINIÓN

Jesús Hellín

12 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Un espectro de morbosidad e incertidumbre se cierne sobre Europa. Y, mientras las autoridades sanitarias -asesoradas por expertos innúmeros- buscan una forma razonable de dosificar los contagios, para hacerlos abordables por los sistemas sanitarios más potentes del mundo, nuestras debilitadas democracias -aquejadas por una caótica y populista dispersión del poder- tratan de huir de la quema y desdibujar sus responsabilidades. Y para eso toman decisiones como palos de ciego, que quizá no resuelvan nada, o lo compliquen todo, pero que justifican a los gobernantes para poder decir y probar que «yo no tengo la culpa, porque hice todo lo que estaba en mi confusa cabeza y en mis temblorosas manos».

 Yo no sé si Carmen Calvo es muy lista o todo lo contrario. Pero sé que es la vicepresidenta primera de un Gobierno bipartito, con cuatro vicepresidencias y veintidós ministerios, que me facultan para considerarla el referente institucional más relevante de cuanto se hace y dice -también estos días- en la política española. Por eso quiero expresar mi estupor y desconcierto por el hecho de que -mientras los comentaristas políticos se ocupan de la crisis del coronavirus, como si eso estuviese a nuestro alcance- están pasando sin pena ni gloria las dos hazañas más recientes que el Gobierno nos transmitió por medio de la señora Calvo. La primera consistió en mantener de forma temeraria el grado básico de contención del virus, mientras se explotaba el éxito de las manifestaciones feministas del día 8, cuando los expertos ya habían advertido del riesgo que se estaba corriendo. Y la segunda fue el increíble anuncio de que el Gobierno podría renunciar a elaborar un nuevo presupuesto, e ir a una segunda prórroga de las cuentas de Montoro; un anuncio que, por dejar al aire las tripas del pacto Frankenstein, debería generar un escándalo de la máxima envergadura.

El anuncio hecho por Calvo es una enmienda a la totalidad del proceso de investidura de Sánchez, que, argumentado sobre la necesidad de hacer un presupuesto que diese pie a las políticas progresistas que España necesita, resulta ser ahora lo único que no se había pactado, y que todo el rebumbio que hemos tolerado, con el señuelo de formar un gobierno, solo tenía por objeto -como se deduce de las palabras de Calvo- amarrar a Sánchez al sillón de la Moncloa. Por eso creo que la sorprendente posibilidad de renunciar al nuevo presupuesto no tiene nada que ver con las calculadas actitudes del PNV y ERC, sino con la toma de conciencia de que el presupuesto ideal que nos anunciaban ya no es posible, porque las cuentas no cuadran, ni se pueden disimular con los pequeños remiendos que el COVID-19 ha convertido en agua de borrajas. Por eso creo que se ha aprovechado el espectro del coronavirus para liquidar el paraíso social-podemita; o para aferrarse a un clavo ardiendo, que son los presupuestos de Montoro, para llegar, a trancas y barrancas, a nuevas elecciones. Un fracaso en toda regla que ya no pueden disimular.