Pues también se han cancelado la London Book Fair -por mal nombre Feria del Libro de Londres, para la que yo tenía los billetes comprados- y la de París. El lado bueno de tanto ruido es que nos están mandando para casa y aquí, con tiempo, podemos por fin pensar. Pensar por ejemplo que mientras nos cuentan que hay un tipo en Alpedrete que tiene unas décimas o que una mujer de Dos Hermanas acaba de toser, miles de sirios que huyen de la muerte han estado encerrados en tierra de nadie, mi territorio, y acosados y agredidos desde ambos lados de la frontera entre Grecia y Turquía. Que Hachette ha renunciado a publicar las memorias de Woody Allen, silenciando la voz de quien ha sido absuelto por la justicia de las acusaciones de su exmujer, pero condenado por las turbas, como las brujas de Salem. Que Podemos ha dejado a un lado los escrúpulos morales y se ha hecho definitivamente de la casta. Que Cayetana ha conseguido que ya nadie al oír su nombre piense en la madre del editor, el conde de Siruela, aquella mujer operada que hablaba tan raro y bailaba sevillanas con el mundo por montera. Que los independentistas catalanes están anticipando lo previsto para después de la independencia, las luchas intestinas que, como cuando toca la lotería, suelen producirse con la llegada del dinero. Como ocurre ahora entre Moncloa y Galapagar. Y, en fin, el lado bueno de mandarnos para casa también es que podemos escuchar por fin entero Lohengrin, de Wagner -que dura cuatro horas- y releer El Quijote.