Los virus y nosotros

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed Carosía

02 feb 2020 . Actualizado a las 13:15 h.

En Wuhan, el epicentro de la epidemia del coronavirus, las autoridades sanitarias chinas están construyendo un gran hospital que albergará más de un millar de camas. Docenas de grúas y miles de obreros trabajan día y noche en un solar que mide como cinco campos de fútbol. En principio, se preveía que mañana estuviese terminado, pero quizás se demore aún dos o tres días más. Será un hospital muy simple, hecho a partir de módulos prefabricados, con tan solo salas de cribado, un laboratorio clínico, farmacia y habitaciones con baño individual. En realidad, es un hospital de cuarentena, un lazareto. Lo suficiente como para poder aislar a los que se vayan infectando en la ciudad sitiada de Wuhan, que ya es en sí misma un gigantesco lazareto con más habitantes que Londres. Es una hazaña de ingeniería fascinante de ver. Pero esas imágenes cenitales de la zona en construcción tienen también algo de inquietante. Visto así, desde lo alto y desde lejos, las grúas de colores y los puntos rojos de los obreros con casco y chalecos reflectantes, recuerdan, precisamente, a la imagen coloreada de un virus a través del microscopio, trabajando incansablemente por replicarse, construyendo, él también, su veloz arquitectura efímera.

Quizás es algo más que una impresión. En muchos sentidos, la sociedad de los virus es una réplica de la humana. Los virus son gregarios, seres sociales que buscan compañía en los grupos numerosos. Primero la encontraron en los animales de rebaño y luego, cuando los humanos alcanzaron la densidad que permite el contagio -los expertos la cifran en 400.000 personas-, empezaron su larga y trágica asociación con nosotros. Como los humanos, también los virus son cosmopolitas que aspiran a expandirse por la superficie de la tierra. Y lo han logrado, usándonos a nosotros como vehículo, precisamente. Se han atrevido aún a más, y en ocasiones han conseguido determinar nuestra propia historia de un modo radical. Fueron ellos, los virus, los que al diezmar la población europea durante la Peste Negra hicieron más valioso el trabajo de los campesinos supervivientes y empezó así, lentamente, el camino hacia la igualdad política, o eso creen muchos historiadores. Fueron los virus quienes en realidad destruyeron los imperios precolombinos -los estudiosos han podido localizar al paciente cero de la infección de viruela, un esclavo negro del séquito de Narváez-. En África, los patógenos impidieron, en cambio, la colonización europea durante siglos, pero ahora impiden el desarrollo del continente. En todo esto, los motivos de los virus han sido idénticos a los de los seres humanos: vivir más tiempo y hacer más copias de sí mismos para expandirse. Llevado al plano más simple posible, es para lo que estamos programados unos y otros. Todo lo demás son detalles y excepciones; aunque sean esos detalles los que llenan nuestras vidas, y la posibilidad de la excepción lo que nos hace humanos.

La semana que viene, pues, estará terminado el hospital efímero de Wuhan. Parece ser que ya se ha empezado la construcción de otro. Pronto se llenarán los dos de esa mezcla desigual de sufrimiento y esperanza que caracteriza a todos los sanatorios. Y allí, en un limbo blanco de batas y mascarillas, de ángeles sin rostro, volverán a librar su enésima pelea a muerte los humanos y los virus; dos especies antagónicas, pero condenadas a convivir y a hacerse daño, y que, como los oráculos de la antigüedad, solo se comunican entre sí por medio del delirio místico de la fiebre.