Vergüenza

Jaime Gómez Márquez EN LÍNEA

OPINIÓN

25 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cataluña es (o era) una comunidad próspera, en un entorno natural privilegiado, a la vanguardia de Europa en muchos ámbitos y con unas señas de identidad culturales (idioma, tradiciones, símbolos) absolutamente respetadas por la democracia española. Barcelona es una gran ciudad, con las mejores universidades, hospitales y centros de investigación, a la vanguardia del arte y la cultura, sede de importantes congresos, etcétera. Muchos españoles hemos admirado a Cataluña por el espíritu emprendedor de sus gentes y el fuerte apego a su identidad cultural. Pero ha empezado ya a no ser así.

Una prolongada operación de ingeniería social ha ido inoculando el virus del nacionalismo más radical, el independentismo, en la sociedad catalana. Un nacionalismo excluyente, a veces violento y con ribetes fascistas, que cercena la libertad, falsario porque es capaz de tergiversar la historia y la realidad, que señala al que no es como ellos (¿recuerdan como hacían los nazis con los judíos?), que desprecia todo lo español. La ideología independentista ha ido ocupando estratégicamente los centros de poder y adoctrinamiento de la sociedad catalana y ha silenciado a los que no piensan como ellos. ¿Qué hemos hecho los españoles para que muchos catalanes nos odien así? Como no existe el gen nacionalista, la respuesta está en el sistemático lavado de cerebro de la población catalana con el «detergente mix» de la educación, los medios de comunicación afines y la política más sectaria.

Es una vergüenza ver cómo algunos políticos catalanes han robado a mansalva y no pasa nada, cómo los siniestros señores Torra y Torrent (y muchos otros) están agitando a los catalanes contra los españoles y amenazando con desobedecer las leyes y no les pasa nada, cómo arden las calles de Barcelona, se cortan autopistas, se invaden aeropuertos y se agrede a ciudadanos con gran impunidad, cómo para muchos políticos catalanes exigir el respeto a la legalidad es -pásmense ustedes- una forma de represión por parte del Estado español, cómo se permite que una autonomía pueda utilizar dinero público para hablar mal del Estado del cual forma parte, cómo un club de fútbol se posiciona ante sentencias judiciales que nada tienen que ver con ese deporte, cómo se despilfarran recursos públicos en seudoembajadas en vez de dedicarlos a servicios sociales (por ejemplo), cómo impresentables personajes catalanes salen en los medios de comunicación poniendo a España como un estado bananero y como otros famosos se ponen de perfil, cómo el cobarde y carota de Puigdemont está fugado en un país de la UE sin que España de un puñetazo en la mesa y denuncie esta burla a la euroorden y a la soberanía nacional, cómo se abusa de los privilegios penitenciarios para los del régimen, cómo los socialistas son maestros del desvarío, y cómo nuestro Gobierno no hace nada, solo proclamas estériles como si la violencia y la ilegalidad se combatiesen con buenas palabras y advertencias que nadie se cree. La gente está ya muy harta de «lo catalán».

Tienen que acabarse los paños calientes con aquellos que no cumplen la ley y desafían al Estado, el diálogo de sordos entre independentistas y constitucionalistas, y el discurso peligrosamente ambiguo y fatuo de políticos como Colau, Iglesias, Errejón, Sánchez o Iceta; desde luego, prefiero a los políticos claros y directos como Junqueras, Guerra, Cayetana, los Jordis, Arrimadas o Abascal. Ahora hay tres alternativas: futuro referendo legal (votaríamos todos), supresión sine die de la autonomía (artículo 155), o seguir como estamos con lo cual el problema se irá agravando hasta llegar a un callejón sin salida y entonces cualquier cosa podrá pasar, con gravísimas consecuencias para Cataluña y España. La solución ya no está en el diálogo beatífico perfectamente inútil, sobre todo porque no hay lealtad constitucional, está en el respeto a la Ley y en la Política con mayúsculas. Puedo estar equivocado pero es lo que pienso.