Ya dije que sufro con el modo en que tratan a Greta Thunberg, la niña sueca del cambio climático, los que la manipulan y los que la atacan. Por eso leí con atención, primero, y muy conmovido, después, el artículo que Susanna Tamaro le dedicó en Corriere de la Sera. Tamaro, magnífica escritora reconocida internacionalmente, vendió en España un millón de ejemplares de su libro más famoso, Donde el corazón te lleve, traducido a casi cuarenta idiomas. La admiro desde hace más de treinta años, pero me enteré ahora, por este artículo, de que padece el síndrome de Asperger, como Greta. Por eso entiende el hieratismo de la niña y su incapacidad para procesar y llenar de significado las expresiones faciales de los demás: no le dicen nada. Un muro que condena a la soledad y al terror, aunque, según Tamaro, se compensa con la capacidad de sentir y comunicarse con el resto de los seres vivos no humanos. Por eso Greta percibe el gemido doloroso de la creación que se queja por lo que le hacemos. Y le entristece como no puede entristecer a nadie. No finge, le duele, porque ve lo que nosotros no podemos ver, dice Tamaro. Y porque le faltan filtros en el corazón que le sirvan para acorchar las impresiones directas del padecimiento de la naturaleza. No puede justificarlas ni quiere, le resulta imposible teorizar sobre ellas, porque, como dice Tamaro, «las elucubraciones nada tienen que ver con el mundo Asperger». Carece de burladeros mentales, de subterfugios en los que esconderse como si no viera, como si no sintiera.
«A los Asperger —dice la escritora—, si las cosas no salen como creemos que deberían, nos secuestra una furia indomable». La furia que a veces se revela en Greta.
@pacosanchez